Ingenería sanitaria
Por María Belén Etchenique
El descenso es de tres minutos. Primero desaparece la línea recta del Río de la Plata, al fondo en el horizonte. Después se pierden los puentes grúa monstruosos y amarillos. El resto del tiempo, dentro de una caja/ascensor con una capacidad máxima de diez personas, es mirando las paredes. Son circulares, gruesas, ásperas, de hormigón. Con caños, escaleras, plataformas y números rojos que marcan la profundidad: 5, 10, 15, 20, 45 metros.
"Estamos bajando el equivalente a un edificio de 15 pisos", dice Marcela Álvarez, directora de las obras del Sistema Riachuelo a cargo de AySA, el megaproyecto de cloacas más importante de la Argentina en los últimos 70 años, que transportará y tratará desechos cloacales de la Ciudad y el Gran Buenos Aires, costará 1.200 millones de dólares y beneficiará a 4,3 millones de personas, el 10% de la población del país.
Es jueves al mediodía en la costa del Río de la Plata, detrás de las refinerías del Polo Petroquímico Dock Sud, en un terreno que hace 60 años todo Avellaneda conocía como playa Puerto Piojo, pero que, cuando empezó a acondicionarse para construir parte del Sistema Riachuelo, era maleza y yararás. También, agua. Porque hubo que avanzar más de cuatro kilómetros sobre el Río de la Plata. Sólo así, explica Álvarez, podían tener espacio suficiente para montar esto.
Esto es ingeniería sanitaria, medidas demenciales, grúas, máquinas perforadoras, camiones, oficinas en containers, hombres yendo y viniendo con cascos y mamelucos, montañas de paredes para recubrir túneles -dovelas- y cuatro pozos, conectados entre sí, que de tan grandes provocan la fantasía de que pueden verse desde el Espacio.
Cada pozo tiene 14 metros de diámetro, más que la Fuente de Las Nereidas, frente a la Reserva Ecológica. Para construirlos hubo que, primero, inundarlos. Buzos, en tandas de 20 minutos para soportar la presión, trabajaron para poner el tapón y la losa del fondo. "Tranquilos, hay cinco metros de hormigón armado por debajo de nuestros pies", dice Álvarez, a poco de salir del ascensor, dando la bienvenida al pozo cuatro, y explica: "Son los más profundos que se hicieron en el ámbito metropolitano y se los inundó para mantener un equilibrio de presiones. Luego, una vez que se aseguró el fondo, se los vació de a poco".
¿Por qué construir cuatro pozos y no uno gigante? Álvarez explica que hubiese sido imposible contener la estructura y sostener la base. La única forma fue partirlos y después vincularlos.
A su espalda, hay tres aperturas enormes, que funcionan a modo de puerta sin puerta y conectan a los pozos entre sí. Se los llama portales, como en los relatos de ciencia ficción. También a su espalda están los obreros, que esperan para subirse al ascensor. Es momento de recambio. Acá, bajo tierra, se trabaja los siete días, ocho horas diarias en turnos de tres.
Marcela Álvarez -ingeniera civil, ambiental y laboral, menos de 1,50 de altura, 52 años, líder- saluda a cada uno de los operarios. Mil quinientas personas, a lo largo de la obra Sistema Riachuelo, están bajo su mando. El megaproyecto, en la órbita del Ministerio del Interior, Obras Públicas y Vivienda de la Nación, empieza a 16 kilómetros de estos pozos, en el límite entre La Matanza y Villa Lugano, y termina en este punto. Los pozos son la puerta de entrada al emisario Riachuelo.
"Vengan, los voy a llevar a un lugar que no se pueden perder. Crean en mí", grita Álvarez. El ruido de obra -metálico y permanente como motor de aire acondicionado- le tapa la voz. Gira hacia la derecha y camina en sentido opuesto a los portales. Se dirige hacia una gran boca oscura. Un grupo de nueve personas la siguen, en fila. Dos chinos están parados en el ingreso al túnel. Son empleados de la contratista Salini Impregilo, adjudicataria de los trabajos. Álvarez los presenta como especialistas en montaje y construcción de túneles. Después los pasa, sigue caminando, hasta llegar a un punto que sólo ella reconoce y dice: "Siéntanse privilegiados, estamos a 40 metros por debajo del Río de la Plata".
Dentro del túnel la densidad del aire y la temperatura son distantes a la de los pozos. Hace más calor. La luz es tenue. La humedad se siente en la piel. El piso está cubierto de pasarelas, una para caminar y otra que funciona como una vía de tren. A la derecha, la pared acumula seis conductos: dos de aire comprimido, dos de agua fría y dos de desagües. También hay cables gruesos de media tensión. Arriba, en el techo, un conducto de goma amarilla se infla con aire fresco que se inyecta desde la superficie y, hacia el costado, se ve una cinta transportadora en movimiento. Traslada tierra.
El equipamiento está dirigido para un grupo de 35 hombres que trabajan en el frente del túnel. A poco menos de cuatro kilómetros de donde está parada Álvarez y su grupo. Ese es el recorrido que alcanzó la tuneladora que construye el futuro emisario Riachuelo. Se trata de un conducto de 12 kilómetros, que va a recibir efluentes ya tratados en una planta cercana al túnel, en el mismo predio de Dock Sud. Su capacidad de transporte será de 27 metros cúbicos por segundo. Esa magnitud equivale a llenar siete estadios de fútbol por día.
El túnel se está construyendo con una máquina alemana de 220 metros de largo, que tiene en su extremo un cabezal de corte que le permite extraer la tierra a medida que avanza. Por detrás le sigue una cabina de mando y vagones de tren, en los que los trabajadores trasladan las herramientas de trabajo y tienen desde baños hasta un comedor.
"Son ochos horas de trabajo pero los operarios están dentro del túnel 10, entre viaje, charlas de seguridad y descanso. El recorrido desde la boca del túnel hasta su frente dura 25 minutos. El tren se desplaza a una velocidad máxima de 25 kilómetros por hora", detalla uno de los técnicos que acompaña a Alvarez.
Y lo que sigue sorprende: "Una vez que el túnel se adentre 12 kilómetros por debajo del lecho del río, -dice Álvarez- se pondrán unas máquinas que, desde el interior, van a hincar unos caños de acero, que saldrán en forma vertical y van a superar la base del río. Esos caños nos permitirán que el efluente pretratado se mezcle con el agua. Así el Río de la Plata completará la depuración”. (Source/Photo: Clarín)
Futuro emisario Riachuelo. Hasta el momento se construyeron cuatro kilómetros, un tercio del total. Foto: Andres D'Elia. |
Por María Belén Etchenique
El descenso es de tres minutos. Primero desaparece la línea recta del Río de la Plata, al fondo en el horizonte. Después se pierden los puentes grúa monstruosos y amarillos. El resto del tiempo, dentro de una caja/ascensor con una capacidad máxima de diez personas, es mirando las paredes. Son circulares, gruesas, ásperas, de hormigón. Con caños, escaleras, plataformas y números rojos que marcan la profundidad: 5, 10, 15, 20, 45 metros.
"Estamos bajando el equivalente a un edificio de 15 pisos", dice Marcela Álvarez, directora de las obras del Sistema Riachuelo a cargo de AySA, el megaproyecto de cloacas más importante de la Argentina en los últimos 70 años, que transportará y tratará desechos cloacales de la Ciudad y el Gran Buenos Aires, costará 1.200 millones de dólares y beneficiará a 4,3 millones de personas, el 10% de la población del país.
Pozos. Tienen 14 metros de diámetro y 45 de profundidad. Son cuatro y están interconectados. Foto: Andrés D'Elia
Es jueves al mediodía en la costa del Río de la Plata, detrás de las refinerías del Polo Petroquímico Dock Sud, en un terreno que hace 60 años todo Avellaneda conocía como playa Puerto Piojo, pero que, cuando empezó a acondicionarse para construir parte del Sistema Riachuelo, era maleza y yararás. También, agua. Porque hubo que avanzar más de cuatro kilómetros sobre el Río de la Plata. Sólo así, explica Álvarez, podían tener espacio suficiente para montar esto.
Esto es ingeniería sanitaria, medidas demenciales, grúas, máquinas perforadoras, camiones, oficinas en containers, hombres yendo y viniendo con cascos y mamelucos, montañas de paredes para recubrir túneles -dovelas- y cuatro pozos, conectados entre sí, que de tan grandes provocan la fantasía de que pueden verse desde el Espacio.
Mundo grúa. Una infraestructura gigantesca se montó en Dock Sud, al borde del Río de la Plata. Foto: Andrés D'Elia
Cada pozo tiene 14 metros de diámetro, más que la Fuente de Las Nereidas, frente a la Reserva Ecológica. Para construirlos hubo que, primero, inundarlos. Buzos, en tandas de 20 minutos para soportar la presión, trabajaron para poner el tapón y la losa del fondo. "Tranquilos, hay cinco metros de hormigón armado por debajo de nuestros pies", dice Álvarez, a poco de salir del ascensor, dando la bienvenida al pozo cuatro, y explica: "Son los más profundos que se hicieron en el ámbito metropolitano y se los inundó para mantener un equilibrio de presiones. Luego, una vez que se aseguró el fondo, se los vació de a poco".
¿Por qué construir cuatro pozos y no uno gigante? Álvarez explica que hubiese sido imposible contener la estructura y sostener la base. La única forma fue partirlos y después vincularlos.
A su espalda, hay tres aperturas enormes, que funcionan a modo de puerta sin puerta y conectan a los pozos entre sí. Se los llama portales, como en los relatos de ciencia ficción. También a su espalda están los obreros, que esperan para subirse al ascensor. Es momento de recambio. Acá, bajo tierra, se trabaja los siete días, ocho horas diarias en turnos de tres.
La líder adentro del túnel. Márcela Álvarez, ingeniera de 52 años y triple especialidad:
civil, laboral y ambiental. Tiene a su cargo la megaobra Sistema Riachuelo.
civil, laboral y ambiental. Tiene a su cargo la megaobra Sistema Riachuelo.
Marcela Álvarez -ingeniera civil, ambiental y laboral, menos de 1,50 de altura, 52 años, líder- saluda a cada uno de los operarios. Mil quinientas personas, a lo largo de la obra Sistema Riachuelo, están bajo su mando. El megaproyecto, en la órbita del Ministerio del Interior, Obras Públicas y Vivienda de la Nación, empieza a 16 kilómetros de estos pozos, en el límite entre La Matanza y Villa Lugano, y termina en este punto. Los pozos son la puerta de entrada al emisario Riachuelo.
"Vengan, los voy a llevar a un lugar que no se pueden perder. Crean en mí", grita Álvarez. El ruido de obra -metálico y permanente como motor de aire acondicionado- le tapa la voz. Gira hacia la derecha y camina en sentido opuesto a los portales. Se dirige hacia una gran boca oscura. Un grupo de nueve personas la siguen, en fila. Dos chinos están parados en el ingreso al túnel. Son empleados de la contratista Salini Impregilo, adjudicataria de los trabajos. Álvarez los presenta como especialistas en montaje y construcción de túneles. Después los pasa, sigue caminando, hasta llegar a un punto que sólo ella reconoce y dice: "Siéntanse privilegiados, estamos a 40 metros por debajo del Río de la Plata".
Futuro emisario Riachuelo. Hasta el momento se construyeron cuatro kilómetros,
un tercio del total. Foto: Andres D'Elia.
un tercio del total. Foto: Andres D'Elia.
Dentro del túnel la densidad del aire y la temperatura son distantes a la de los pozos. Hace más calor. La luz es tenue. La humedad se siente en la piel. El piso está cubierto de pasarelas, una para caminar y otra que funciona como una vía de tren. A la derecha, la pared acumula seis conductos: dos de aire comprimido, dos de agua fría y dos de desagües. También hay cables gruesos de media tensión. Arriba, en el techo, un conducto de goma amarilla se infla con aire fresco que se inyecta desde la superficie y, hacia el costado, se ve una cinta transportadora en movimiento. Traslada tierra.
El equipamiento está dirigido para un grupo de 35 hombres que trabajan en el frente del túnel. A poco menos de cuatro kilómetros de donde está parada Álvarez y su grupo. Ese es el recorrido que alcanzó la tuneladora que construye el futuro emisario Riachuelo. Se trata de un conducto de 12 kilómetros, que va a recibir efluentes ya tratados en una planta cercana al túnel, en el mismo predio de Dock Sud. Su capacidad de transporte será de 27 metros cúbicos por segundo. Esa magnitud equivale a llenar siete estadios de fútbol por día.
El túnel se está construyendo con una máquina alemana de 220 metros de largo, que tiene en su extremo un cabezal de corte que le permite extraer la tierra a medida que avanza. Por detrás le sigue una cabina de mando y vagones de tren, en los que los trabajadores trasladan las herramientas de trabajo y tienen desde baños hasta un comedor.
Los vagones de la tuneladora. Foto: Andrés D'Elia.
"Son ochos horas de trabajo pero los operarios están dentro del túnel 10, entre viaje, charlas de seguridad y descanso. El recorrido desde la boca del túnel hasta su frente dura 25 minutos. El tren se desplaza a una velocidad máxima de 25 kilómetros por hora", detalla uno de los técnicos que acompaña a Alvarez.
Y lo que sigue sorprende: "Una vez que el túnel se adentre 12 kilómetros por debajo del lecho del río, -dice Álvarez- se pondrán unas máquinas que, desde el interior, van a hincar unos caños de acero, que saldrán en forma vertical y van a superar la base del río. Esos caños nos permitirán que el efluente pretratado se mezcle con el agua. Así el Río de la Plata completará la depuración”. (Source/Photo: Clarín)
No hay comentarios:
Publicar un comentario