La Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada del Pentágono –DARPA, por sus siglas en inglés-, trabaja en dos proyectos que proporcionarían más autonomía que nunca a los vehículos aéreos no tripulados –UAVs-.
El primero de ellos, denominado CODE, pretende desarrollar software que permita a estos aparatos operar coordinados, protegerse entre ellos y dirigir otros sistemas con menos capacidad, “todo bajo el mando de un solo supervisor humano de la misión”, según Jean-Charles Ledeé, responsable del programa.
El otro proyecto se llama FLA, y persigue la realización de un software de navegación gracias al cual los drones podrían operar en zonas urbanas no exploradas previamente y terrenos igualmente complejos. Sin embargo, los expertos creen que aún quedan 20 o 30 años para que la tecnología que permita a los drones operar sin ayuda humana esté lista.
Uno de esos expertos es el profesor Stuart Russell, de la Universidad de Berkeley, quien se ha mostrado preocupado por estos avances, ya que cree que pueden dar lugar a una nueva lucha entre los países por tener las armas más vanguardistas: “¿Qué pasa si se desarrollan más y tenemos una carrera armamentística? ¿Adónde nos llevaría una carrera como esa?”.
Cuando el furor por las armas letales autónomas comenzó, Russell era positivo, pues pensaba que “podrían hacer un mejor trabajo. Tal vez podríamos producir armas que sean mucho más precisas y con las que sea más difícil acabar con la propiedad y las vidas civiles”.
Pero ¿qué pasaría si estos inventos cayeran en malas manos? “Una cosa es que la ONU o EE.UU. las usen contra Boko Haram o el Estado Islámico, gente sobre la que todo el mundo está de acuerdo que son malos”. Y otra es pensar en el presidente sirio Al-Assad usándolas para reprimir otra revuelta en una de sus ciudades.
A cualquier gobierno represor le encantaría tener este tipo de herramientas”.
La ventaja de este tipo de armamento reside en el ahorro de tropas sobre el terreno, con lo que los soldados permanecen lejos del peligro. Además, en la distancia, los responsables militares pueden tomar decisiones con más calma que en pleno campo de batalla. Los detractores de estos sistemas denuncian que esta distancia emocional puede llevar a cometer más atrocidades y violaciones de los Derechos Humanos.
El año pasado, 121 países participaron en la Convención sobre Determinadas Armas Convencionales, donde empezaron a debatir sobre estos sistemas. Allí, ponerse de acuerdo en la definición de “sistemas de armas autónomas letales” y “control humano significativo” fue todo un reto. En abril, volvieron a discutir el asunto durante un encuentro de cinco días en Ginebra, y en 2016 será el tema principal.
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