Las tecnologías que pueden tener un uso tanto civil como militar necesitan de un fuerte trabajo diplomático, además del esfuerzo técnico. El desarrollo de la tecnología espacial argentina es un buen ejemplo de este desafío, asegura el investigador Daniel Blinder.
Agencia TSS - Un viejo chiste hace la pregunta: “¿Cómo tienen sexo los puercoespines?”. Y responde: “Con mucho cuidado”. Lo mismo podría afirmarse sobre cómo hacen países semi-periféricos para desarrollar tecnologías sensibles como la cohetería que permite enviar satélites al espacio. Y por países semi-periféricos entendemos a países que están en la periferia pero tienen cierta capacidad industrial, como la Argentina. Daniel Blinder, politólogo, doctor en ciencias sociales (UBA) y director de la Maestría en Defensa Nacional de la Escuela de Defensa Nacional, investigó y escribió (aquí disponible en inglés) sobre el desarrollo de este tipo de tecnologías en la Argentina.
A fines de los ’70, la última dictadura militar empezó a desarrollar en secreto el proyecto Cóndor, que pretendía desarrollar un misil capaz de llevar una carga explosiva que pudiera dar un “bombazo” en las Islas Malvinas en caso de necesitar poder disuasivo, según describió una fuente militar a Blinder. Más tarde, con el advenimiento de la democracia, se intentó reconvertir este desarrollo en un vector espacial para trasladar satélites al espacio. Pero no sólo con técnicos se llega a esta instancia. “Un proyecto de tal envergadura requiere de una institución sólida detrás, con financiamiento constante y proyección a largo plazo. Eso permite una previsibilidad que, frente a la coyuntura económica, política y social de la Argentina en la dictadura y el alfonsinismo, no existía” afirma Blinder.
La Argentina ingresó en el MTCR (Missile Technology Control Regime) en 1993 y se comprometió a no desarrollar misiles balísticos con determinadas características. Y las presiones estadounidenses que llevaron a que se cancelara el proyecto Cóndor dieron lugar a la creación de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE). “Dejaron un marco institucional abierto, con un proyecto que parece coherente cuando se lo ve a lo largo del tiempo y una política asociativa de buena relación con Estados Unidos y la NASA. La política espacial argentina, a través de la CONAE, comenzó a ser utilizada como parte de la política exterior argentina”, dice el investigador.
“Hay algo bueno que se le puede atribuir a la época menemista y no creo que haya sido el sentido estratégico que le dio ese gobierno, sino que fue el resultado que le dio una cancillería ´profesional´, con una voluntad política de integración con el nuevo orden mundial que se estaba gestando, en la cual se buscaba la integración con el mundo y el mercado, y la no proliferación. Entonces vino al dedillo la profesionalización y la institucionalización de una CONAE tal como se hizo”, sostiene Blinder.
A modo de graficar las ideas de los ‘90, el investigador menciona un diálogo con un vicecanciller argentino en una entrevista que realizó como parte de su investigación. “Me dijo: ‘¿Para qué gastar miles de millones en un lanzador cuando otros países pueden lanzar para nosotros? ¿Para qué me voy a comprar un auto si cada vez que me quiero desplazar puedo pagar un taxi?’. Es lo que tenían en mente, pero eso claramente no es una política de desarrollo tecnológico, porque si uno domina el ciclo completo puede avanzar a una instancia superior”, argumenta.
Un vector espacial tiene distintos componentes que son producidos por muchas empresas proveedoras que suman tecnología, lo que implica un dinamismo de mercado y un “derrame” sobre otras áreas tecnológicas de la industria. “Además, contar con el paquete completo de tecnología espacial permite ejercer soberanía, no solo declamativa sino también efectiva, sobre los recursos naturales del territorio; es una medida geopolítica porque permite controlar y comunicar el territorio”, sostiene.
Para Blinder, a partir de 2003 cambiaron las prioridades en la Argentina, con hechos concretos como el aumento constante del presupuesto de la CONAE y la creación del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva. “Hay una serie de cuestiones que marcan una política de desarrollo tecnológico y un clima de época distinto. La política tecnológica se basa en dos pilares: el primero es el de las instituciones sólidas, como la CONAE, que dan la capacidad de mantener el proyecto de Estado y de desarrollo tecnológico a largo plazo. Y el otro pilar es la voluntad política que se ve a través del financiamiento”, explica.
Cuando más sólidas son las instituciones, considera el especialista, más dialogan con otras y ganan en capacidad para llegar a acuerdos en común y de largo plazo, lo que permite también sortear las presiones externas. Así es como se llegó a poder contar con la confianza internacional para poder desarrollar el vector Tronador II, pese a que sigue siendo una tecnología que se debe manejar con mucha sensibilidad diplomática. “El Tronador usa combustible líquido, que permite ser encendido y apagado en cualquier momento, lo que a su vez posibilita su puesta en órbita con exactitud, pero además garantiza que es un cohete que no va a ser utilizado con propósitos militares. Porque un cohete de combustible sólido ya está armado y el motor del cohete está adentro del tubo del cohete. En cambio, en este caso no se puede tener el tanque de combustible siempre lleno, sino que antes del lanzamiento se debe llenar el tanque y recién ahí se lo lanza, lo cual no es lo más práctico o estratégico para un misil”, detalla.
Acerca del futuro, Blinder se manifiesta optimista con respecto al desarrollo trazado en el plan espacial. “Las instituciones tienen un propósito y generan una burocracia que defiende sus propios intereses. La CONAE es una institución sólida, tiene sus vínculos locales e internacionales y sabe cómo conseguir las cosas que necesita. Creo que va a continuar sus proyectos más allá de la política tecnológica del próximo gobierno”.
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