Sobrevivientes sirios en Argentina: "Los gatos se comían a nuestros vecinos"
Refugiados. El drama de una familia que fue refugiada este año en La Rioja. Ramia Kabousha, 29, farmacéutica y George Saad, de 28 e ingeniero en sistemas, cuentan en primera persona los momentos de desesperación que vivieron. Ella estaba a punto de parir cuando lograron escapar.
"Estuvimos a 48 horas de la encrucijada más terrible de nuestras vidas: era la muerte segura en la guerra o el mar. Ya había empezado la cuenta regresiva, el hombre de la familia tenía dos días para enrolarse en el ejército cristiano, se intensificaban los bombardeos, cerraban las embajadas, se agotaba el tiempo... hasta que apareció la visa humanitaria de la Argentina. Fue un momento salvador, a centímetros de la muerte.”
Se amontonan las palabras de Ramia Kabousha y George Saad, que ofrecen a Viva un relato desesperado y elocuente sobre la crisis de los refugiados. Ella vino embarazada, a punto de parir, y él escapando de la citación a las filas militares y su inminente ingreso al conflicto sirio. Ahora están a salvo, en la provincia de La Rioja, y ofrecen aquí, en primera persona, un testimonio desgarrador sobre la diáspora que sacude al mundo:
George: “Lo que vamos a contar no se lo deseamos a nadie. Ancestros de mi primo vinieron aquí huyendo de la guerra, cuando Turquía había invadido Siria. Y ahora, es la tercera generación que viene por lo mismo. Nosotros vivíamos en Tartús, una ciudad balnearia sobre el Mediterráneo, al norte de Siria, donde hay una importante base naval rusa, con 600 marinos. Es el segundo puerto del país, después de Latakia, y queda a 30 kilómetros de la frontera con el Líbano. Teníamos una vida tranquila, siempre conectados con nuestros familiares en la Argentina, hasta que estalló la guerra y se devoró la paz.”
Ramia: “Vivíamos en un departamento, sin mascotas, y yo tenía allí una pequeña farmacia. En el mostrador pusimos un retrato de Jesucristo, porque somos cristianos, pero ese detalle es hoy motivo de persecución fatal. Las farmacias son chicas, porque venden únicamente medicamentos y unos pocos pañales y tinturas.”
George: “Yo ya era hincha de Boca Juniors, por influencia de mi primo Julio Sahad, y de la Selección Argentina, sobre todo en los mundiales. En Siria, todos son hinchas de algún equipo extranjero, fundamentalmente europeos, y el principal es el Barcelona, porque el fútbol local es muy malo.”
Ramia: “Nos casamos el 24 de julio de 2012, por la Iglesia Católica. No somos kurdos, como se dijo. Los kurdos son muy poquitos en Siria. El año pasado, recibimos la notificación de que George sería incorporado al Ejército el 22 de enero de 2015. Era lo peor que nos podía pasar.”
George: “Eso fue como una sentencia de muerte, porque los terroristas no perdonan: a los soldados los degüellan y más a nosotros, los cristianos. Ya han destruido todas las iglesias que había...”
Ramia: “En octubre de 2014, antes de la fecha estipulada, vinieron del Ejército a buscarlo. Los atendió su madre, Yamile, que tiene 56 años, y ella se los negó. Igual se lo querían llevar, pero mi suegra se puso firme, mostrando la notificación oficial del 22 de enero. George tiene dos hermanos. Uno es ingeniero, vive y trabaja en Argelia. Y el otro es profesor de Arte en Beirut. Está claro que ninguno tiene vocación militar.”
George: “Estábamos en contacto con mi primo Julio y su esposa Sonia, que habla muy bien inglés. Nosotros en Tartús y ellos en La Rioja. Nos ofrecieron venir y comenzamos una odisea de cinco meses. Fuimos a la capital, Damasco, unos 250 kilómetros al sureste hacia el desierto. Queríamos gestionar la visa de turista, pero en el Consulado Argentino nos dijeron que no daban más esa visa. Las rutas estaban cerradas por la nieve. Siempre viajamos con lo puesto y los papeles, porque si llevábamos algún bolso, en los controles militares te paraban y te sacaban todo. En cada trámite en Damasco, se nos acercaba gente amiga y nos aconsejaba que los hiciéramos sin hablar con nadie, porque había informantes de uno y otro bando.”
Ramia: “Esos meses fueron terribles, angustiantes. En uno de los viajes a Damasco cayeron cien misiles en un solo día. Los silbidos y las explosiones eran terribles. Mi hermano Rawad, que tiene 35 años y es médico, se salvó de morir cuando lo convocó el Ejército. Tenía que ir al frente en un pueblo, pero se enfermó y un amigo suyo lo suplantó. Los terroristas mataron a su amigo. Cuando un hombre entra al Ejército, le retienen los documentos y no puede ir a ningún lado, y mucho menos escapar. Tengo otro hermano más, Ramia, de 32, que es técnico aeronáutico y por suerte vive y trabaja en Dubai.”
George: “El primer problema fue el apellido, pues en la Argentina, cuando llegó nuestro abuelo, le agregaron una hache intermedia y hubo que conseguir toda la documentación que probara que somos parientes. Una letra nos distanciaba de la salvación. Además, comunicarnos con La Rioja era muy complicado, pues en Siria teníamos energía eléctrica sólo dos o tres horas por día, y a horas impredecibles. Así que apenas volvía la luz, conectábamos la computadora o llamábamos por teléfono. Agradecemos a Sonia, la esposa de Julio, que nos atendió siempre.”
Ramia: “Otro momento terrible fue cuando bombardearon nuestro barrio y tuvimos que encerrarnos en el baño durante los tres días que duró el combate. Nos teníamos que arrastrar hasta la cocina para buscar comida. Cuando salimos, encontramos a nuestros vecinos muertos... y sus cuerpos eran comidos por los gatos.”
George: “Fue tristísimo. Y viajar fuera de allí era muy difícil. El combustible escasea, porque los pozos y las refinerías están copadas por el ISIS. Sólo cinco ciudades de Siria están bajo el control del gobierno. En todo el resto manda el ISIS.”
Ramia: “Cuando recibimos los boletos que nos compró Julio en la Argentina (porque en Siria no te los emiten sin visa de salida), comenzamos a vender todo: el departamento, la farmacia, nuestro segundo auto, un Kia Río, porque el anterior lo habían acribillado... Nuestra familia tiene tres casas allá, en distintas ciudades, pero no somos ricos. Hasta hace cinco años, Siria era un hermoso país para vivir y progresar. Se estudiaba, había trabajo, se conseguía todo. El dólar costaba 50 libras sirias, ahora cuesta 320 libras. Después vino la guerra y todo se destruyó.”
La huida
George: “Se acercaba el desenlace. Pero no sabíamos cuál. Era todo muy desesperante. El tiempo se agotaba. Finalmente, sonó mi celular, en Tartús: era un funcionario de la Embajada Argentina que me informaba que ese día, el 19 de enero pasado, me esperaban en Damasco para entregarnos la visa. Era nuestra esperanza, así que fuimos para allá, como siempre con lo puesto. Tuvimos que esperar hasta las cinco de la tarde y, cuando ya estaba por cerrar la Embajada, nos dieron la visa. No lo podíamos creer, lloramos, nos abrazamos, pero teníamos que salir rápido hacia la casa para empacar y partir hacia Beirut, en el Líbano.”
Ramia: “Si nos nos daban la visa argentina, ya teníamos decidido escapar de Siria de cualquier forma, como muchos compatriotas.”
George: “Porque el 22, me metían en la guerra y se terminaba la vida para mí. El único escape para mucha otra gente es el mar Mediterráneo, porque hacia el Este está el frente de batalla. Podíamos haber quedado a merced de los que compran botes viejos y peligrosos, lo hacen flotar apenas y te cobran entre 3.000 y 5.000 dólares por persona para subir. En un barquito para 50 personas, meten 150 y el riesgo de morir en un naufragio es altísimo.”
Ramia: “Ya teníamos contratado un taxi. Salimos a las cinco de la mañana del día martes 20 y demoramos unas cuatro horas y media en hacer los 162 kilómetros por la ruta costera M1, atestada de controles, hasta Beirut. Mostrábamos la visa argentina, pero los soldados no entendían el español y nosotros tampoco lo hablábamos entonces, pero les pedíamos por favor que nos dejaran pasar, que perdíamos el vuelo. Gracias a Dios, llegamos a tiempo.”
George: “Tomamos el vuelo de Turkish Airlines a Estambul y allí cambiamos de avión, ahora con destino a San Pablo, Brasil. Fue la última escala hacia la Argentina. En el viaje no extrañamos nada. Sólo queríamos que el avión fuese más rápido. Ya habíamos hablado mucho antes, con los nuestros, de la necesidad de irnos.”
Ramia: “Por la diferencia horaria, llegamos el mismo día 20, a las 22 horas, al aeropuerto de Ezeiza. Entonces dijimos, ¡Gracias a Dios! ¡La guerra terminó para nosotros!”
George: “Yo pensaba: estuve apenas a dos días de ir al frente.”
Ramia: “Nos estaban esperando Julio, su esposa Sonia y sus hijas. Tras hacer noche en Buenos Aires, al día siguiente volamos a La Rioja.”
George: “Ahora tengo mi DNI y el carné de conducir. Trabajo en el restorán que tiene mi primo. Y mandamos a Silvio, nuestro hijo de dos años, a una guardería. Ya sabe decir ‘gracias’, una palabra fundamental.”
Ramia: “El 5 de febrero nació Sonia, es argentina y todavía toma teta. Lleva ese nombre en agradecimiento a la esposa de Julio Sahad, que nos aloja, nos da cariño y nos dio la chance de rearmar nuestra vida. Nuestro sueño ahora es que la beba crezca en paz.”
De no tener mascotas en Siria, la familia de refugiados convive ahora con 10 perritos saltarines, bien alimentados. Todos toman mate, pero eso no es nuevo: en Siria ya tenían la costumbre.
Ramia Kabousha tiene 29, es farmacéutica, pero por ahora no va a trabajar, se va a dedicar al cuidado de sus hijos. George Saad, sin hache, tiene 28 años, es ingeniero en sistemas y se desempeña en el restaurante de su primo Julio Sahad, con hache.
El empresario riojano contó a Viva que movió “cielo y tierra” para la obtención de la visa humanitaria: “Tuve que salir de garante de ellos, tanto de forma pecuniaria como de responsabilidad por su actuar. Los funcionarios de la Dirección Nacional de Migraciones y de su oficina en La Rioja se portaron muy bien. Pero hubo otros a los que les tuve que hacer entender que esto era de vida o muerte. Así de sencillo.”
Informe: Julio Aiub Morales, corresponsal en La Rioja - Clarín
Refugiados. El drama de una familia que fue refugiada este año en La Rioja. Ramia Kabousha, 29, farmacéutica y George Saad, de 28 e ingeniero en sistemas, cuentan en primera persona los momentos de desesperación que vivieron. Ella estaba a punto de parir cuando lograron escapar.
"Estuvimos a 48 horas de la encrucijada más terrible de nuestras vidas: era la muerte segura en la guerra o el mar. Ya había empezado la cuenta regresiva, el hombre de la familia tenía dos días para enrolarse en el ejército cristiano, se intensificaban los bombardeos, cerraban las embajadas, se agotaba el tiempo... hasta que apareció la visa humanitaria de la Argentina. Fue un momento salvador, a centímetros de la muerte.”
Se amontonan las palabras de Ramia Kabousha y George Saad, que ofrecen a Viva un relato desesperado y elocuente sobre la crisis de los refugiados. Ella vino embarazada, a punto de parir, y él escapando de la citación a las filas militares y su inminente ingreso al conflicto sirio. Ahora están a salvo, en la provincia de La Rioja, y ofrecen aquí, en primera persona, un testimonio desgarrador sobre la diáspora que sacude al mundo:
George: “Lo que vamos a contar no se lo deseamos a nadie. Ancestros de mi primo vinieron aquí huyendo de la guerra, cuando Turquía había invadido Siria. Y ahora, es la tercera generación que viene por lo mismo. Nosotros vivíamos en Tartús, una ciudad balnearia sobre el Mediterráneo, al norte de Siria, donde hay una importante base naval rusa, con 600 marinos. Es el segundo puerto del país, después de Latakia, y queda a 30 kilómetros de la frontera con el Líbano. Teníamos una vida tranquila, siempre conectados con nuestros familiares en la Argentina, hasta que estalló la guerra y se devoró la paz.”
Ramia: “Vivíamos en un departamento, sin mascotas, y yo tenía allí una pequeña farmacia. En el mostrador pusimos un retrato de Jesucristo, porque somos cristianos, pero ese detalle es hoy motivo de persecución fatal. Las farmacias son chicas, porque venden únicamente medicamentos y unos pocos pañales y tinturas.”
George: “Yo ya era hincha de Boca Juniors, por influencia de mi primo Julio Sahad, y de la Selección Argentina, sobre todo en los mundiales. En Siria, todos son hinchas de algún equipo extranjero, fundamentalmente europeos, y el principal es el Barcelona, porque el fútbol local es muy malo.”
Ramia: “Nos casamos el 24 de julio de 2012, por la Iglesia Católica. No somos kurdos, como se dijo. Los kurdos son muy poquitos en Siria. El año pasado, recibimos la notificación de que George sería incorporado al Ejército el 22 de enero de 2015. Era lo peor que nos podía pasar.”
George: “Eso fue como una sentencia de muerte, porque los terroristas no perdonan: a los soldados los degüellan y más a nosotros, los cristianos. Ya han destruido todas las iglesias que había...”
Ramia: “En octubre de 2014, antes de la fecha estipulada, vinieron del Ejército a buscarlo. Los atendió su madre, Yamile, que tiene 56 años, y ella se los negó. Igual se lo querían llevar, pero mi suegra se puso firme, mostrando la notificación oficial del 22 de enero. George tiene dos hermanos. Uno es ingeniero, vive y trabaja en Argelia. Y el otro es profesor de Arte en Beirut. Está claro que ninguno tiene vocación militar.”
George: “Estábamos en contacto con mi primo Julio y su esposa Sonia, que habla muy bien inglés. Nosotros en Tartús y ellos en La Rioja. Nos ofrecieron venir y comenzamos una odisea de cinco meses. Fuimos a la capital, Damasco, unos 250 kilómetros al sureste hacia el desierto. Queríamos gestionar la visa de turista, pero en el Consulado Argentino nos dijeron que no daban más esa visa. Las rutas estaban cerradas por la nieve. Siempre viajamos con lo puesto y los papeles, porque si llevábamos algún bolso, en los controles militares te paraban y te sacaban todo. En cada trámite en Damasco, se nos acercaba gente amiga y nos aconsejaba que los hiciéramos sin hablar con nadie, porque había informantes de uno y otro bando.”
Ramia: “Esos meses fueron terribles, angustiantes. En uno de los viajes a Damasco cayeron cien misiles en un solo día. Los silbidos y las explosiones eran terribles. Mi hermano Rawad, que tiene 35 años y es médico, se salvó de morir cuando lo convocó el Ejército. Tenía que ir al frente en un pueblo, pero se enfermó y un amigo suyo lo suplantó. Los terroristas mataron a su amigo. Cuando un hombre entra al Ejército, le retienen los documentos y no puede ir a ningún lado, y mucho menos escapar. Tengo otro hermano más, Ramia, de 32, que es técnico aeronáutico y por suerte vive y trabaja en Dubai.”
George: “El primer problema fue el apellido, pues en la Argentina, cuando llegó nuestro abuelo, le agregaron una hache intermedia y hubo que conseguir toda la documentación que probara que somos parientes. Una letra nos distanciaba de la salvación. Además, comunicarnos con La Rioja era muy complicado, pues en Siria teníamos energía eléctrica sólo dos o tres horas por día, y a horas impredecibles. Así que apenas volvía la luz, conectábamos la computadora o llamábamos por teléfono. Agradecemos a Sonia, la esposa de Julio, que nos atendió siempre.”
Ramia: “Otro momento terrible fue cuando bombardearon nuestro barrio y tuvimos que encerrarnos en el baño durante los tres días que duró el combate. Nos teníamos que arrastrar hasta la cocina para buscar comida. Cuando salimos, encontramos a nuestros vecinos muertos... y sus cuerpos eran comidos por los gatos.”
George: “Fue tristísimo. Y viajar fuera de allí era muy difícil. El combustible escasea, porque los pozos y las refinerías están copadas por el ISIS. Sólo cinco ciudades de Siria están bajo el control del gobierno. En todo el resto manda el ISIS.”
Ramia: “Cuando recibimos los boletos que nos compró Julio en la Argentina (porque en Siria no te los emiten sin visa de salida), comenzamos a vender todo: el departamento, la farmacia, nuestro segundo auto, un Kia Río, porque el anterior lo habían acribillado... Nuestra familia tiene tres casas allá, en distintas ciudades, pero no somos ricos. Hasta hace cinco años, Siria era un hermoso país para vivir y progresar. Se estudiaba, había trabajo, se conseguía todo. El dólar costaba 50 libras sirias, ahora cuesta 320 libras. Después vino la guerra y todo se destruyó.”
La huida
George: “Se acercaba el desenlace. Pero no sabíamos cuál. Era todo muy desesperante. El tiempo se agotaba. Finalmente, sonó mi celular, en Tartús: era un funcionario de la Embajada Argentina que me informaba que ese día, el 19 de enero pasado, me esperaban en Damasco para entregarnos la visa. Era nuestra esperanza, así que fuimos para allá, como siempre con lo puesto. Tuvimos que esperar hasta las cinco de la tarde y, cuando ya estaba por cerrar la Embajada, nos dieron la visa. No lo podíamos creer, lloramos, nos abrazamos, pero teníamos que salir rápido hacia la casa para empacar y partir hacia Beirut, en el Líbano.”
Ramia: “Si nos nos daban la visa argentina, ya teníamos decidido escapar de Siria de cualquier forma, como muchos compatriotas.”
George: “Porque el 22, me metían en la guerra y se terminaba la vida para mí. El único escape para mucha otra gente es el mar Mediterráneo, porque hacia el Este está el frente de batalla. Podíamos haber quedado a merced de los que compran botes viejos y peligrosos, lo hacen flotar apenas y te cobran entre 3.000 y 5.000 dólares por persona para subir. En un barquito para 50 personas, meten 150 y el riesgo de morir en un naufragio es altísimo.”
Ramia: “Ya teníamos contratado un taxi. Salimos a las cinco de la mañana del día martes 20 y demoramos unas cuatro horas y media en hacer los 162 kilómetros por la ruta costera M1, atestada de controles, hasta Beirut. Mostrábamos la visa argentina, pero los soldados no entendían el español y nosotros tampoco lo hablábamos entonces, pero les pedíamos por favor que nos dejaran pasar, que perdíamos el vuelo. Gracias a Dios, llegamos a tiempo.”
George: “Tomamos el vuelo de Turkish Airlines a Estambul y allí cambiamos de avión, ahora con destino a San Pablo, Brasil. Fue la última escala hacia la Argentina. En el viaje no extrañamos nada. Sólo queríamos que el avión fuese más rápido. Ya habíamos hablado mucho antes, con los nuestros, de la necesidad de irnos.”
Ramia: “Por la diferencia horaria, llegamos el mismo día 20, a las 22 horas, al aeropuerto de Ezeiza. Entonces dijimos, ¡Gracias a Dios! ¡La guerra terminó para nosotros!”
George: “Yo pensaba: estuve apenas a dos días de ir al frente.”
Ramia: “Nos estaban esperando Julio, su esposa Sonia y sus hijas. Tras hacer noche en Buenos Aires, al día siguiente volamos a La Rioja.”
George: “Ahora tengo mi DNI y el carné de conducir. Trabajo en el restorán que tiene mi primo. Y mandamos a Silvio, nuestro hijo de dos años, a una guardería. Ya sabe decir ‘gracias’, una palabra fundamental.”
Ramia: “El 5 de febrero nació Sonia, es argentina y todavía toma teta. Lleva ese nombre en agradecimiento a la esposa de Julio Sahad, que nos aloja, nos da cariño y nos dio la chance de rearmar nuestra vida. Nuestro sueño ahora es que la beba crezca en paz.”
De no tener mascotas en Siria, la familia de refugiados convive ahora con 10 perritos saltarines, bien alimentados. Todos toman mate, pero eso no es nuevo: en Siria ya tenían la costumbre.
Ramia Kabousha tiene 29, es farmacéutica, pero por ahora no va a trabajar, se va a dedicar al cuidado de sus hijos. George Saad, sin hache, tiene 28 años, es ingeniero en sistemas y se desempeña en el restaurante de su primo Julio Sahad, con hache.
El empresario riojano contó a Viva que movió “cielo y tierra” para la obtención de la visa humanitaria: “Tuve que salir de garante de ellos, tanto de forma pecuniaria como de responsabilidad por su actuar. Los funcionarios de la Dirección Nacional de Migraciones y de su oficina en La Rioja se portaron muy bien. Pero hubo otros a los que les tuve que hacer entender que esto era de vida o muerte. Así de sencillo.”
Informe: Julio Aiub Morales, corresponsal en La Rioja - Clarín
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