Nueva amenaza mundial. Rusia, EE.UU., y no sólo ellos, avanzan en una furiosa carrera armamentística.
Julio Algañaraz para Clarín
Corresponsal en Roma y Vaticano
Antes le llamaban la Guerra Fría, que concluyó hacia los años 90 del siglo pasado cuando cayó el muro de Berlín, sucumbió la Unión Soviética y comenzó la era de una única superpotencia global que a su vez fue pulverizada el 11 de setiembre de 2001 por los ataques a las Torres Gemelas de Nueva York y al Pentágono en Washington. Ahora, cuando vuelven a sonar los tambores bélicos con nuevas armas nucleares, en un mundo que tiene problemas muy distintos y donde se acabó la batalla ideológica, con Rusia y China convertidas al capitalismo, el término acuñado es la Guerra Híbrida. El príncipe Charles de Tayllerand dijo hace dos siglos que “la no intervención es más o menos lo mismo que la intervención”, un diagnóstico cínico pero acertado en el mundo político-diplomático. Guerra Fría o Guerra Híbrida, lo concreto es que se difunde la alarma del peligro de que los crecientes conflictos que protagonizan EEUU y Rusia hagan estallar un desastroso conflicto bélico con intercambio de armas nucleares nuevas y más espantosas que nunca.
Los dos grandes protagonistas de este renovado drama niegan estar preparándose para la guerra atómica, pero los hechos demuestran lo contrario. El encontronazo entre EE.UU. y sus aliados de la OTAN (la alianza militar occidental), ha llevado el conflicto desde el estallido de la guerra en Ucrania a su peor nivel desde los tiempos de los cohetes soviéticos en Cuba, hace más de medio siglo.
¿Cómo se ha llegado a esta situación? A vuelo de pájaro se puede recordar que la triunfadora norteamericana y la perdedora rusa habían firmado acuerdos para no difundir misiles en Europa, incluir a Rusia limitadamente en los conciábulos de la OTAN y otras gangas que se apoyaban en el período en que el Kremlin fue puesto en el rincón, con la guía etílica de Boris Yeltsin que causó una debacle en un país humillado, reducido por la pérdida del imperio y en un marasmo económico de tal magnitud que redujo notablemente la expectativa de vida de los rusos, que como nunca se dedicaron al vodka para aliviar tantas penas.
Y entonces llegó Vladimir. El “zar” Putin lleva 17 años en el poder y ha revitalizado a su país y a su gente. Amado por su pueblo, que desprecia a sus políticos y burócratas. Putin, hijo de San Petersburgo y del aparatchnik soviético, que lo preparó como brillante agente de la agencia de espionaje, la KGB, fue siempre un panrruso, que consideró “lamentable” la desaparición de la URSS y estimuló las profundas nostalgias del ruso de a pié de que algún día la patria volvería a proyectarse como una superpotencia.
Actualmente Rusia está en la tercera fase del régimen putiniano, que intenta abrirse apaso en el mundo como una respetada potencia, menguada en la economía pero con un arsenal atómico capaz de borrar la vida de la Tierra, tarea en la que aún prevalecen los norteamericanos.
En la transición de la era Yeltsin a la actualidad, Rusia ha debido tragarse varios sapos gigantescos y no está dispuesta a seguir la dieta. Al final del mandato de George W. Bush, el hijo, que fue mucho peor que su padre, EE.UU. renunció al acuerdo con Moscú de control de armas convencionales en Europa. Después Washington ha ido desarrollando la teoría de implantar bases misilisticas contra el peligro de Irán, que en realidad nunca existió. En Rumania ha preparado una base de antimisiles y misiles de ataque y lo mismo ha hecho en Polonia, con un gasto superior a los dos mil millones de dólares.
La cooperación es un sueño feliz muy corto y ligero del pasado. En la era de la guerra híbrida, se ha vuelto a poner en el centro del escenario la disuasión, como en los años de la guerra fría. Entonces el MAD era una sigla que no quería decir locura (como seria la traducción del inglés) , sino mutua destrucción asegurada.
Después que Bush tiró a la basura el tratado de limitación de armas convencionales en Europa, la realidad del fin de la URSS abrió un tema que alarma a los rusos: el llamado “espacio postsoviético”. Allí se colaron Polonia, Rumania, Chequia, Eslovaquia y otros países del ex Pacto de Varsovia. Rusia tragó estos sapos y pataleó cuando en 2004 se incorporaron a la alianza militar occidental Estonia, Letonia y Lituania, los países bálticos, vecinos directos con las estepas rusas, demasiado cercca de San Petesburgo, la segunda metrópoli.
Ahora, la OTAN, por iniciativa norteamericana y con aceptación de los otros países miembros (entre ellos los del ex Pacto de Varsovia bajo la tiranía soviética), ha dado un paso más allá. A Polonia y los tres países bálticos han sido destinadas cuatro brigadas multinacionales para pasear la bandera de la alianza occidental, frotándola en las narices de los rusos.
Después estalló lo de Ucrania, que ha agravado y mucho la confrontación. Y vino la guerra en Siria, que cuenta con el apoyo ruso porque Moscú cuenta con varias bases en el Mediterráneo gracias a la alianza con Damasco.
Aunque se habla mucho de las respectivas malas intenciones, lo cierto es que tanto Estados Unidos como Rusia, y por contragolpe también los chinos, están aceleradamente renovando sus arsenales nucleares.
Los rusos presentaron hace poco el Satán 2, que actualiza el SS19, misil estratégico con un alcance de 10 mil kilómetros y 16 ojivas nucleares que dirigidas con precisión pueden borrar del mapa a un país del tamaño de Francia. Satán 2 está en experimentación avanzada y su existencia fue anticipada para que los enemigos sepan que Rusia acepta jugar con fuego.
Los norteamericanos están trabajando en sus propios juguetes nucleares. El Satán 2 cuenta entre sus ojivas atómicas devastadoras algunos ingenios hipersónicos, que funcionan con un combustible capaz de correr a una velocidad diez veces mayor que la del “viejo” SS-19.
Los misiles hipersónicos son el arma final. Estados Unidos quiere que los suyos sean capaces de llegar en una hora a cualquier parte del planeta. Los chinos preparan sus misiles con los mismos propósitos y naturalmente Rusia no se queda atrás.
“No nos preparamos a la guerra”, jura Putin. Lo mismo dice el premio Nobel de la paz Barack Obama. Y Pekín también asegura que la guerra nuclear no está en sus planes. El Papa Francisco sostiene que se está combatiendo ya la tercera guerra mundial “a pedazos”. Ahora que se entra en la era de las armas hipersónicas, se hace mucho más probable que la humanidad se encamine hacia su desaparición, sea con la guerra fría o con la guerra híbrida. Si es que los acontecimientos no se adelantan e igualmente llegue el fin. Con lo que hay hoy en los arsenales nucleares es más que factible.
Aviones. A comienzos de octubre, un movimiento de la fuerza aérea rusa en los cielos de Francia y España llamó la atención. /AFP
Julio Algañaraz para Clarín
Corresponsal en Roma y Vaticano
Antes le llamaban la Guerra Fría, que concluyó hacia los años 90 del siglo pasado cuando cayó el muro de Berlín, sucumbió la Unión Soviética y comenzó la era de una única superpotencia global que a su vez fue pulverizada el 11 de setiembre de 2001 por los ataques a las Torres Gemelas de Nueva York y al Pentágono en Washington. Ahora, cuando vuelven a sonar los tambores bélicos con nuevas armas nucleares, en un mundo que tiene problemas muy distintos y donde se acabó la batalla ideológica, con Rusia y China convertidas al capitalismo, el término acuñado es la Guerra Híbrida. El príncipe Charles de Tayllerand dijo hace dos siglos que “la no intervención es más o menos lo mismo que la intervención”, un diagnóstico cínico pero acertado en el mundo político-diplomático. Guerra Fría o Guerra Híbrida, lo concreto es que se difunde la alarma del peligro de que los crecientes conflictos que protagonizan EEUU y Rusia hagan estallar un desastroso conflicto bélico con intercambio de armas nucleares nuevas y más espantosas que nunca.
Los dos grandes protagonistas de este renovado drama niegan estar preparándose para la guerra atómica, pero los hechos demuestran lo contrario. El encontronazo entre EE.UU. y sus aliados de la OTAN (la alianza militar occidental), ha llevado el conflicto desde el estallido de la guerra en Ucrania a su peor nivel desde los tiempos de los cohetes soviéticos en Cuba, hace más de medio siglo.
¿Cómo se ha llegado a esta situación? A vuelo de pájaro se puede recordar que la triunfadora norteamericana y la perdedora rusa habían firmado acuerdos para no difundir misiles en Europa, incluir a Rusia limitadamente en los conciábulos de la OTAN y otras gangas que se apoyaban en el período en que el Kremlin fue puesto en el rincón, con la guía etílica de Boris Yeltsin que causó una debacle en un país humillado, reducido por la pérdida del imperio y en un marasmo económico de tal magnitud que redujo notablemente la expectativa de vida de los rusos, que como nunca se dedicaron al vodka para aliviar tantas penas.
Y entonces llegó Vladimir. El “zar” Putin lleva 17 años en el poder y ha revitalizado a su país y a su gente. Amado por su pueblo, que desprecia a sus políticos y burócratas. Putin, hijo de San Petersburgo y del aparatchnik soviético, que lo preparó como brillante agente de la agencia de espionaje, la KGB, fue siempre un panrruso, que consideró “lamentable” la desaparición de la URSS y estimuló las profundas nostalgias del ruso de a pié de que algún día la patria volvería a proyectarse como una superpotencia.
Actualmente Rusia está en la tercera fase del régimen putiniano, que intenta abrirse apaso en el mundo como una respetada potencia, menguada en la economía pero con un arsenal atómico capaz de borrar la vida de la Tierra, tarea en la que aún prevalecen los norteamericanos.
En la transición de la era Yeltsin a la actualidad, Rusia ha debido tragarse varios sapos gigantescos y no está dispuesta a seguir la dieta. Al final del mandato de George W. Bush, el hijo, que fue mucho peor que su padre, EE.UU. renunció al acuerdo con Moscú de control de armas convencionales en Europa. Después Washington ha ido desarrollando la teoría de implantar bases misilisticas contra el peligro de Irán, que en realidad nunca existió. En Rumania ha preparado una base de antimisiles y misiles de ataque y lo mismo ha hecho en Polonia, con un gasto superior a los dos mil millones de dólares.
La cooperación es un sueño feliz muy corto y ligero del pasado. En la era de la guerra híbrida, se ha vuelto a poner en el centro del escenario la disuasión, como en los años de la guerra fría. Entonces el MAD era una sigla que no quería decir locura (como seria la traducción del inglés) , sino mutua destrucción asegurada.
Después que Bush tiró a la basura el tratado de limitación de armas convencionales en Europa, la realidad del fin de la URSS abrió un tema que alarma a los rusos: el llamado “espacio postsoviético”. Allí se colaron Polonia, Rumania, Chequia, Eslovaquia y otros países del ex Pacto de Varsovia. Rusia tragó estos sapos y pataleó cuando en 2004 se incorporaron a la alianza militar occidental Estonia, Letonia y Lituania, los países bálticos, vecinos directos con las estepas rusas, demasiado cercca de San Petesburgo, la segunda metrópoli.
Ahora, la OTAN, por iniciativa norteamericana y con aceptación de los otros países miembros (entre ellos los del ex Pacto de Varsovia bajo la tiranía soviética), ha dado un paso más allá. A Polonia y los tres países bálticos han sido destinadas cuatro brigadas multinacionales para pasear la bandera de la alianza occidental, frotándola en las narices de los rusos.
Después estalló lo de Ucrania, que ha agravado y mucho la confrontación. Y vino la guerra en Siria, que cuenta con el apoyo ruso porque Moscú cuenta con varias bases en el Mediterráneo gracias a la alianza con Damasco.
Aunque se habla mucho de las respectivas malas intenciones, lo cierto es que tanto Estados Unidos como Rusia, y por contragolpe también los chinos, están aceleradamente renovando sus arsenales nucleares.
Los rusos presentaron hace poco el Satán 2, que actualiza el SS19, misil estratégico con un alcance de 10 mil kilómetros y 16 ojivas nucleares que dirigidas con precisión pueden borrar del mapa a un país del tamaño de Francia. Satán 2 está en experimentación avanzada y su existencia fue anticipada para que los enemigos sepan que Rusia acepta jugar con fuego.
Los norteamericanos están trabajando en sus propios juguetes nucleares. El Satán 2 cuenta entre sus ojivas atómicas devastadoras algunos ingenios hipersónicos, que funcionan con un combustible capaz de correr a una velocidad diez veces mayor que la del “viejo” SS-19.
Los misiles hipersónicos son el arma final. Estados Unidos quiere que los suyos sean capaces de llegar en una hora a cualquier parte del planeta. Los chinos preparan sus misiles con los mismos propósitos y naturalmente Rusia no se queda atrás.
“No nos preparamos a la guerra”, jura Putin. Lo mismo dice el premio Nobel de la paz Barack Obama. Y Pekín también asegura que la guerra nuclear no está en sus planes. El Papa Francisco sostiene que se está combatiendo ya la tercera guerra mundial “a pedazos”. Ahora que se entra en la era de las armas hipersónicas, se hace mucho más probable que la humanidad se encamine hacia su desaparición, sea con la guerra fría o con la guerra híbrida. Si es que los acontecimientos no se adelantan e igualmente llegue el fin. Con lo que hay hoy en los arsenales nucleares es más que factible.
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