Cómo pensar y poner en acción esta política tan relegada en Argentina. Una propuesta de abordaje en tres círculos para reposicionarnos en el tablero internacional y reactivar la industria de manera inteligente.
Escribe Juan Battaleme / Director de la carrera de Gobierno y Relaciones Internacionales de la UADE
En el campo de la política de defensa, la administración Kirchner-Fernandez es cercano a lo inexistente. Más allá de algunas reformas en relación a las políticas de género. Un esfuerzo sostenido por deconstruir el ethos militar, y alguna incorporación de saldos en equipamiento de forma desordenada, además de retrotraer el grado del control civil de las FF.AA. como consecuencia del armado de coaliciones de interés entre determinados sectores políticos y algunos jefes militares, y de hacer discursos grandilocuentes sobre defensa e industria, sin agregar ninguna clase de valor agregado, hay poco que rescatar. Se hizo política sobre los márgenes, no sobre el centro. A la pregunta acerca de si tenemos una defensa acorde a los intereses del país, la respuesta es un rotundo no. A menos que consideremos que no necesitamos defensa.
La escaza preocupación del país por esta política pública y sus hombres en uniforme, se puede observar en el exiguo presupuesto asignado durante las sucesivas décadas (entre el 0.8 % y el 1 % del PBI), la voluntad política de que solo se cumpla con las misiones secundarias como consecuencia de las limitaciones presupuestarias y un grado de colaboración muy limitado con la seguridad interior demuestra la baja prioridad del sector en general. El retiro de los Mirage IIIC y V sin tener un reemplazo efectivo es solo la última muestra de esta situación. La antigüedad de los sistemas de armas reflejan los límites para cumplir -de ser necesario- la misión encomendada por la constitución nacional.
Como política pública, la defensa es un componente central en la proyección internacional del Estado. Junto con otras agencias, establece cuales son las amenazas que se ciernen sobre los intereses del país tanto de manera territorial como extraterritorial y la mejor manera de protegerlos estableciendo las herramientas adecuadas (alianzas, equipamiento militar, etc.).
El actual liderazgo político comienza con una ventaja. Tal ha sido el grado de declinación y confusión de la política pública de defensa que puede considerar empezar a trabajar desde un lugar cercano al cero a los efectos de corregir errores y de establecer los lineamientos de una política que sea sustentable. La obsolescencia del sistema en su conjunto, pero también de las ideas que hoy impregnan al sector, permite un replanteo estructural de la cuestión. Consumida por un posmodernismo atrofiado y sin sentido, la política de defensa legada es una política de papel disfuncional, desconectada de los procesos que se suceden a nivel global, que van más allá del remanido y pobre debate existente sobre las funciones de las FF. AA., sino que estudian cómo la tecnología está cambiando al campo de batalla actual. Esta discusión es inexistente en nuestra geografía y afecta ineludiblemente la forma en la que se defiende militarmente la soberanía.
PENSAR EL FUTURO
Un sistema de defensa integral preparado para cumplir con su función primaria (responder de forma exitosa a una agresión externa o participar externamente en una coalición defendiendo un interés del país) lleva años y una importante inversión en recursos, los cuales son exiguos y donde además existen otras prioridades. La nueva administración debería establecer un camino a seguir en términos de aquello que pueda quedar firme en dos mandatos presidenciales, generando los “accionistas institucionales responsables” para que sirva de apoyo a los cambios que se suceden en las necesidades nacionales a lo largo del tiempo. La defensa argentina del 2030, en términos de hombres y maquinas, comienza a construirse en el 2016.
El compromiso necesario para ello es uno reducido en volumen de decisores pero amplio en instituciones: El presidente como comandante en jefe de las FF.AA., la Comisión de Defensa en el Congreso y sus responsables en ambas cámaras, y actores de la sociedad civil que vienen realizando aportes al desarrollo del campo de la defensa desde múltiples aristas, por ejemplo las universidades.
Para el período actual las preguntas que valen la pena responder son: ¿qué consideramos una defensa funcional al interés nacional?, ¿qué tipo de fuerza necesitamos?, y ¿hasta qué punto estamos dispuestos a financiar un aparato de defensa que cumpla con la función principal y que sume capacidades para cumplir con las misiones secundarias, pero no al revés? Esta última excede a la presente reflexión, pero está claro que si no la respondemos, las respuestas a las otras dos preguntas nacerán atrofiadas.
UN ABORDAJE EN CÍRCULOS
A los efectos de resolver los dos primeros interrogantes resulta interesante poder pensar en términos de círculos concéntricos. El anillo externo del círculo es aquel donde se puso énfasis en la anterior administración y se relaciona con la asistencia en desastres naturales y ayuda humanitaria, lo cual es funcional con espacios de cooperación internacional, y donde más activa estuvo Argentina en el Consejo Sudamericano de Defensa.
En ese campo las FF. AA. han desarrollado capacidades –a priori– efectivas, que tienen un grado de transversalidad importante con todo el sistema de defensa desde el punto de vista del equipamiento. Aquí el consenso para equipar es rápido, difícilmente se encuentren resistencias a la adquisición de aviones de lucha contra incendio, helicópteros con diferentes tipos de kit para ampliar sus operaciones, visión nocturna, y un incremento en la capacidad de movilidad aérea y terrestre. Esas capacidades serán cada vez más necesarias. Son la base del sistema de defensa actual y tienen múltiples usos.
El segundo círculo se relaciona con el primero y, principalmente, con la dimensión transnacional de la seguridad internacional, que hoy hace a la soberanía de un país. La actual administración ha marcado que este es una prioridad central. Debido a las concepciones preexistentes sobre la ley de defensa y de seguridad interior, aparecen complejidades necesarias de tener en cuenta en relación a temas delicados como la lucha contra el narcotráfico, el terrorismo y la trata de personas. Esto demanda empoderar a distintas áreas para cumplir funciones específicas de forma colaborativa y funcional. Por ejemplo, el control del espacio aéreo implica usar aviones de la Fuerza Aérea con inteligencia provista por radares militares en zonas establecidas por las fuerzas de seguridad. Aquí se aprecia la necesidad de radares de diverso tipo, determinadas formas de movilidad terrestre, comunicaciones encriptadas, drones, armas livianas y equipamiento específico para los hombres desplegados según el terreno. Esto es un escalón superior y demanda pensar bien qué adquirir y a quién, y qué podemos proveernos nosotros mismos a partir de nuestras capacidades de producción. Este círculo actúa como base para el siguiente.
En ambos círculos el entrenamiento es central, por lo cual se deberá pensar con qué medios se cumplirá esta importante etapa de los hombres en armas.
El tercer círculo, y final, es el de la defensa territorial. Este es virtualmente inexistente o sus capacidades son cercanas a piezas de un museo que a sistemas de armas operativos modernos. Llevará más de una administración poder constituirlo como una fuerza efectiva de combate.
Lo interesante de este círculo es definir una estrategia operacional que podría relacionarse con el antiacceso y la denegación de área, la cual no se mueve de los parámetros defensivos del libro blanco, pero acciona sobre la misma de forma adelantada evitando que los potenciales agresores penetren el territorio. La postura defensiva de Argentina no necesita cambiar, independientemente del equipamiento en el que se ponga énfasis.
En este sentido, es importante establecer de forma sólida la conectividad del país con la Antártida. También es central la capacidad de monitorear el espacio marítimo, tanto en la superficie como en el espacio submarino y el espacio aéreo, ya que las prioridades provienen del entorno aeronaval, el más sofisticado al tiempo que el más costoso. En la misma línea, otro campo que demandará la atención de los planificadores militares en los próximos años es el de la ciberdefensa, componente tan central en la defensa de un país como lo pueden ser los tanques.
Este tercer círculo es central porque otorga la posibilidad para sumar nuestras industrias de defensa en algún nicho en el que podamos ser competitivos en otros grandes conglomerados industriales de defensa, de manera de integrar sus cadenas de valor, a diferencia de cómo se realizó en los años noventa.
EL TIEMPO NO PARA
Es en este círculo donde las prioridades son menores, pero no se puede descuidar como se ha hecho hasta el momento. La disuasión y credibilidad de un país en términos de como defiende sus intereses están relacionadas con su capacidad efectiva para responder a una agresión. En un mundo dinámico como el actual, la tranquilidad externa del presente no compra bienestar a futuro. Es en este aspecto donde hay que –aunque sea lentamente– comenzar a avanzar de manera concreta. El tiempo está a nuestro favor, pero también se agota. Aun cuando sea de baja prioridad, comenzar a reconstruir este anillo va a ser una señal al mundo acerca de nuestra posición en el sistema internacional.
Organizacionalmente, se necesita modernizar la capacidad de comando y control, la capacidad tecnológica de la inteligencia operacional de cara a los desafíos futuros que el país puede enfrentar y, finalmente, se debería estudiar la posibilidad de tener una figura que actué como coordinador civil de cada una de las fuerzas nombrado por el presidente. Esto último no solo refuerza el control civil sobre las FF. AA., sino que además vehiculiza la implementación a nivel de la fuerza de las políticas de defensa establecidas por el ministro y vela por los intereses de la fuerza en función a la política de defensa.
Estos cambios llevan tiempo, pero pueden reconstruir una capacidad necesaria para el relacionamiento, inserción y aprovechamiento de las oportunidades que se le presentan al país en el exterior.
Escribe Juan Battaleme / Director de la carrera de Gobierno y Relaciones Internacionales de la UADE
En el campo de la política de defensa, la administración Kirchner-Fernandez es cercano a lo inexistente. Más allá de algunas reformas en relación a las políticas de género. Un esfuerzo sostenido por deconstruir el ethos militar, y alguna incorporación de saldos en equipamiento de forma desordenada, además de retrotraer el grado del control civil de las FF.AA. como consecuencia del armado de coaliciones de interés entre determinados sectores políticos y algunos jefes militares, y de hacer discursos grandilocuentes sobre defensa e industria, sin agregar ninguna clase de valor agregado, hay poco que rescatar. Se hizo política sobre los márgenes, no sobre el centro. A la pregunta acerca de si tenemos una defensa acorde a los intereses del país, la respuesta es un rotundo no. A menos que consideremos que no necesitamos defensa.
La escaza preocupación del país por esta política pública y sus hombres en uniforme, se puede observar en el exiguo presupuesto asignado durante las sucesivas décadas (entre el 0.8 % y el 1 % del PBI), la voluntad política de que solo se cumpla con las misiones secundarias como consecuencia de las limitaciones presupuestarias y un grado de colaboración muy limitado con la seguridad interior demuestra la baja prioridad del sector en general. El retiro de los Mirage IIIC y V sin tener un reemplazo efectivo es solo la última muestra de esta situación. La antigüedad de los sistemas de armas reflejan los límites para cumplir -de ser necesario- la misión encomendada por la constitución nacional.
Como política pública, la defensa es un componente central en la proyección internacional del Estado. Junto con otras agencias, establece cuales son las amenazas que se ciernen sobre los intereses del país tanto de manera territorial como extraterritorial y la mejor manera de protegerlos estableciendo las herramientas adecuadas (alianzas, equipamiento militar, etc.).
El actual liderazgo político comienza con una ventaja. Tal ha sido el grado de declinación y confusión de la política pública de defensa que puede considerar empezar a trabajar desde un lugar cercano al cero a los efectos de corregir errores y de establecer los lineamientos de una política que sea sustentable. La obsolescencia del sistema en su conjunto, pero también de las ideas que hoy impregnan al sector, permite un replanteo estructural de la cuestión. Consumida por un posmodernismo atrofiado y sin sentido, la política de defensa legada es una política de papel disfuncional, desconectada de los procesos que se suceden a nivel global, que van más allá del remanido y pobre debate existente sobre las funciones de las FF. AA., sino que estudian cómo la tecnología está cambiando al campo de batalla actual. Esta discusión es inexistente en nuestra geografía y afecta ineludiblemente la forma en la que se defiende militarmente la soberanía.
PENSAR EL FUTURO
Un sistema de defensa integral preparado para cumplir con su función primaria (responder de forma exitosa a una agresión externa o participar externamente en una coalición defendiendo un interés del país) lleva años y una importante inversión en recursos, los cuales son exiguos y donde además existen otras prioridades. La nueva administración debería establecer un camino a seguir en términos de aquello que pueda quedar firme en dos mandatos presidenciales, generando los “accionistas institucionales responsables” para que sirva de apoyo a los cambios que se suceden en las necesidades nacionales a lo largo del tiempo. La defensa argentina del 2030, en términos de hombres y maquinas, comienza a construirse en el 2016.
El compromiso necesario para ello es uno reducido en volumen de decisores pero amplio en instituciones: El presidente como comandante en jefe de las FF.AA., la Comisión de Defensa en el Congreso y sus responsables en ambas cámaras, y actores de la sociedad civil que vienen realizando aportes al desarrollo del campo de la defensa desde múltiples aristas, por ejemplo las universidades.
Para el período actual las preguntas que valen la pena responder son: ¿qué consideramos una defensa funcional al interés nacional?, ¿qué tipo de fuerza necesitamos?, y ¿hasta qué punto estamos dispuestos a financiar un aparato de defensa que cumpla con la función principal y que sume capacidades para cumplir con las misiones secundarias, pero no al revés? Esta última excede a la presente reflexión, pero está claro que si no la respondemos, las respuestas a las otras dos preguntas nacerán atrofiadas.
UN ABORDAJE EN CÍRCULOS
A los efectos de resolver los dos primeros interrogantes resulta interesante poder pensar en términos de círculos concéntricos. El anillo externo del círculo es aquel donde se puso énfasis en la anterior administración y se relaciona con la asistencia en desastres naturales y ayuda humanitaria, lo cual es funcional con espacios de cooperación internacional, y donde más activa estuvo Argentina en el Consejo Sudamericano de Defensa.
En ese campo las FF. AA. han desarrollado capacidades –a priori– efectivas, que tienen un grado de transversalidad importante con todo el sistema de defensa desde el punto de vista del equipamiento. Aquí el consenso para equipar es rápido, difícilmente se encuentren resistencias a la adquisición de aviones de lucha contra incendio, helicópteros con diferentes tipos de kit para ampliar sus operaciones, visión nocturna, y un incremento en la capacidad de movilidad aérea y terrestre. Esas capacidades serán cada vez más necesarias. Son la base del sistema de defensa actual y tienen múltiples usos.
El segundo círculo se relaciona con el primero y, principalmente, con la dimensión transnacional de la seguridad internacional, que hoy hace a la soberanía de un país. La actual administración ha marcado que este es una prioridad central. Debido a las concepciones preexistentes sobre la ley de defensa y de seguridad interior, aparecen complejidades necesarias de tener en cuenta en relación a temas delicados como la lucha contra el narcotráfico, el terrorismo y la trata de personas. Esto demanda empoderar a distintas áreas para cumplir funciones específicas de forma colaborativa y funcional. Por ejemplo, el control del espacio aéreo implica usar aviones de la Fuerza Aérea con inteligencia provista por radares militares en zonas establecidas por las fuerzas de seguridad. Aquí se aprecia la necesidad de radares de diverso tipo, determinadas formas de movilidad terrestre, comunicaciones encriptadas, drones, armas livianas y equipamiento específico para los hombres desplegados según el terreno. Esto es un escalón superior y demanda pensar bien qué adquirir y a quién, y qué podemos proveernos nosotros mismos a partir de nuestras capacidades de producción. Este círculo actúa como base para el siguiente.
En ambos círculos el entrenamiento es central, por lo cual se deberá pensar con qué medios se cumplirá esta importante etapa de los hombres en armas.
El tercer círculo, y final, es el de la defensa territorial. Este es virtualmente inexistente o sus capacidades son cercanas a piezas de un museo que a sistemas de armas operativos modernos. Llevará más de una administración poder constituirlo como una fuerza efectiva de combate.
Lo interesante de este círculo es definir una estrategia operacional que podría relacionarse con el antiacceso y la denegación de área, la cual no se mueve de los parámetros defensivos del libro blanco, pero acciona sobre la misma de forma adelantada evitando que los potenciales agresores penetren el territorio. La postura defensiva de Argentina no necesita cambiar, independientemente del equipamiento en el que se ponga énfasis.
En este sentido, es importante establecer de forma sólida la conectividad del país con la Antártida. También es central la capacidad de monitorear el espacio marítimo, tanto en la superficie como en el espacio submarino y el espacio aéreo, ya que las prioridades provienen del entorno aeronaval, el más sofisticado al tiempo que el más costoso. En la misma línea, otro campo que demandará la atención de los planificadores militares en los próximos años es el de la ciberdefensa, componente tan central en la defensa de un país como lo pueden ser los tanques.
Este tercer círculo es central porque otorga la posibilidad para sumar nuestras industrias de defensa en algún nicho en el que podamos ser competitivos en otros grandes conglomerados industriales de defensa, de manera de integrar sus cadenas de valor, a diferencia de cómo se realizó en los años noventa.
EL TIEMPO NO PARA
Es en este círculo donde las prioridades son menores, pero no se puede descuidar como se ha hecho hasta el momento. La disuasión y credibilidad de un país en términos de como defiende sus intereses están relacionadas con su capacidad efectiva para responder a una agresión. En un mundo dinámico como el actual, la tranquilidad externa del presente no compra bienestar a futuro. Es en este aspecto donde hay que –aunque sea lentamente– comenzar a avanzar de manera concreta. El tiempo está a nuestro favor, pero también se agota. Aun cuando sea de baja prioridad, comenzar a reconstruir este anillo va a ser una señal al mundo acerca de nuestra posición en el sistema internacional.
Organizacionalmente, se necesita modernizar la capacidad de comando y control, la capacidad tecnológica de la inteligencia operacional de cara a los desafíos futuros que el país puede enfrentar y, finalmente, se debería estudiar la posibilidad de tener una figura que actué como coordinador civil de cada una de las fuerzas nombrado por el presidente. Esto último no solo refuerza el control civil sobre las FF. AA., sino que además vehiculiza la implementación a nivel de la fuerza de las políticas de defensa establecidas por el ministro y vela por los intereses de la fuerza en función a la política de defensa.
Estos cambios llevan tiempo, pero pueden reconstruir una capacidad necesaria para el relacionamiento, inserción y aprovechamiento de las oportunidades que se le presentan al país en el exterior.
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