El uso y abuso del herbicida como única herramienta para el control de cultivos ha dado lugar al desarrollo de malezas resistentes y muy difíciles de combatir para los productores.
Agencia TSS - El glifosato, que hasta hace poco parecía el químico salvador para muchos productores agropecuarios, ya no es suficiente. Más allá de los riesgos medioambientales y para los productores, el glifosato ha resultado una herramienta efectiva y barata para evitar en los campos cualquier otra planta que no pertenezca a las especies genéticamente modificadas para soportarlo. Pero el uso y abuso de esta herramienta llevó a que las malezas desarrollaran resistencia y hoy muchos campos se enfrentan a una disminución de sus rindes. “En Córdoba hemos visto lotes que se alquilaban por 12 quintales pero que este año lo hicieron por siete. Para evitar eso es necesario que el que está alquilando su campo tome dimensión de lo que puede llegar a perder y trate de alquilarlo con un contrato a más largo plazo, donde se pacte una cierta rotación, que vaya al campo y lo controle para que no se llene de malezas”, dice Diego Ustarroz, ingeniero agrónomo e investigador del INTA experto en malezas.
El hecho de tener el mismo tipo de producción en las zonas más variadas de la Argentina hizo que las malezas se reproducieran de forma generalizada. También el llevar una cosechadora de un campo a otro, una práctica muy común en campos alquilados, puede hacer que queden semillas de malezas resistentes en intersticios de la máquina y luego sean distribuidas en varios campos.
Sorgo de alepo, yuyo colorado y rama negra son las malezas que hoy ejercen mayor presión sobre los productores de soja. Casi 20 años de producción dependiendo del mismo químico le han permitido a las malezas adaptarse y generar resistencia. Según Ustarroz, “cuando se lanzó el maíz resistente al glifosato, las autoridades no consultaron lo suficiente al ámbito científico sobre las ventajas y contras que podría traer meter otro cultivo coexistente a un herbicida que ya se estaba usando de forma muy masiva”.
La campaña agropecuaria de 2015 ya está sembrada con una nueva semilla de soja también dependiente del glifosato, la soja Roundup Ready 2 de Monsanto. Se diferencia de la semilla anterior en que también es resistente a otros químicos insecticidas y en que la multinacional encontró una forma de cobrar canon por las regalías de una semilla que patentó en otro mercado. Esta vez, la multinacional se asoció con los consignatarios que compran el grano para saber cuánto cosechó cada productor y así poder cobrar regalías. En 2011, agricultores que representaban un tercio de la producción argentina habían firmado un contrato con Monsanto en el que se comprometían a hacer ese pago, según la agencia Reuters.
El especialista del INTA resalta la importancia de que los productores tomen conciencia del problema de la resistencia de las malezas y modifiquen sus prácticas, cambien el herbicida que usan, roten la siembra, usen cultivos de cobertura y limpien bien las maquinarias. “Hemos vuelto a la agricultura donde hay que manejar cada lote según las malezas que tiene, elegir bien los herbicidas, aplicar en forma oportuna y rotar cultivos. Incluso, en algunas zonas, es necesario hacer una labranza reducida como para sacar las malezas perennes”, concluye Ustarroz.
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