sábado, 7 de junio de 2025

Los singulares ataques con drones FPV de Ucrania dentro de bases aéreas rusas están cambiando la doctrina militar .

El 1 de junio de 2025, el Servicio de Seguridad de Ucrania (SBU) ejecutó la Operación Telaraña, un asalto con drones meticulosamente coordinado que penetró profundamente en el espacio aéreo ruso, atacando el corazón de la aviación estratégica del país. Esta operación sin precedentes, que desplegó más de 100 drones de bajo coste con vista en primera persona (FPV), cada uno con un valor aproximado de 400 dólares, tuvo como objetivo simultáneamente múltiples bases aéreas militares de alto valor. El asalto provocó la destrucción confirmada o daños graves en más de 40 aeronaves militares rusas, incluyendo bombarderos con capacidad nuclear y plataformas de mando aerotransportadas. La magnitud y el éxito del ataque no solo pusieron de manifiesto la creciente experiencia de Ucrania en la guerra centrada en drones, sino que también expusieron vulnerabilidades flagrantes en las redes de defensa aérea en capas de Rusia.

El impacto de la Operación Spiderweb se extiende más allá de la pérdida inmediata de aeronaves, ya que los ataques también degradaron la tríada nuclear de Rusia (Fuente de la imagen: SBU ucraniano)
La Operación Telaraña representó la culminación de 18 meses de preparación secreta por parte de los equipos de operaciones especiales y expertos técnicos del SBU. Agentes ucranianos introdujeron drones desmontados a través de la frontera rusa, ingeniosamente ocultos en cajas de madera, cargamento civil e incluso unidades móviles de infraestructura. Una vez en territorio ruso, estos drones fueron ensamblados de forma encubierta y posicionados cerca de objetivos militares clave: las bases aéreas estratégicas de Belaya, Diaguilevo, Ivanovo Severny, Olenya y Ukrainka, lugares cruciales para la flota de bombarderos de largo alcance y la estructura de mando de alerta temprana de Rusia. El asalto se lanzó en una oleada sincronizada, con drones activados remotamente para atacar simultáneamente a sus objetivos en cinco regiones rusas, cubriendo cinco zonas horarias. El factor sorpresa, combinado con rutas de vuelo de precisión programadas para evadir la detección por radar, permitió a los drones alcanzar refugios aéreos reforzados y áreas de almacenamiento de combustible con efectos devastadores.

El impacto de los ataques con drones en los activos de aviación estratégica de Rusia ha sido severo y de gran alcance. Análisis independientes de imágenes satelitales e informes verificados indican que al menos 41 aeronaves fueron impactadas durante la operación. Entre ellas se encontraban varios bombarderos Tu-95 MS “Bear” y Tu-22 M3 “Backfire”, componentes clave de la tríada nuclear rusa y la fuerza de ataque convencional de largo alcance. Además, resultaron dañados al menos dos aviones A-50 de alerta temprana y control aerotransportado (AEW&C), plataformas cruciales para la coordinación de las operaciones aéreas rusas en Ucrania y otros teatros de operaciones. Muchas de estas aeronaves son irremplazables, dado que las líneas de producción de estas plataformas de la era de la Guerra Fría han cesado o no pueden restaurarse por completo debido a las sanciones internacionales actuales y las limitaciones industriales rusas. Para una flota de bombarderos estratégicos que contaba con menos de 120 aeronaves operativas antes de la guerra, la pérdida confirmada de más de 40 plataformas representa una degradación catastrófica de la capacidad.

El impacto de la Operación Telaraña va más allá de la pérdida inmediata de aeronaves, ya que los ataques también debilitaron la tríada nuclear rusa. La destrucción y los daños infligidos a los bombarderos Tu-95MS y Tu-22M3, ambas plataformas clave para el lanzamiento de misiles de crucero de largo alcance con capacidad nuclear, han comprometido la capacidad de Moscú para proyectar disuasión nuclear desde el aire. En concreto, los bombarderos afectados eran plataformas para el lanzamiento de misiles de crucero aéreos Kh-55, Kh-101 y Kh-555, que se han utilizado habitualmente contra objetivos en Ucrania y son fundamentales para la doctrina rusa de ataques de largo alcance. Con varios de estos bombarderos estratégicos fuera de servicio, la capacidad de Rusia para realizar operaciones con misiles aire-tierra, tanto convencionales como nucleares, se ha visto significativamente reducida.

En un contexto militar más amplio, la Operación Telaraña ha puesto de manifiesto profundas debilidades estructurales en el aparato de defensa aérea ruso. A pesar de invertir miles de millones en sistemas avanzados como el S-400 y el Pantsir-S1 , las defensas rusas no lograron interceptar los lentos drones FPV de vuelo rasante, que explotaban las brechas entre las zonas de cobertura de radar y saturaban las defensas de corto alcance con su gran volumen. El éxito de este ataque asimétrico demuestra cómo la guerra moderna está evolucionando hacia tecnologías rentables y de alto impacto. Para los ejércitos europeos y de la OTAN, las lecciones son inmediatas: la superioridad aérea tradicional ya no está garantizada cuando se enfrentan a enjambres de drones ágiles y de bajo coste que pueden eludir o saturar incluso las defensas aéreas más avanzadas.

Estratégicamente, Rusia debe reconsiderar ahora cómo despliega y protege su flota de bombarderos restante. La dispersión de aeronaves a aeródromos secundarios podría complicar la planificación y la logística de futuras misiones, a la vez que reduciría la eficacia de las capacidades de ataque rápido de largo alcance. Además, no debe subestimarse el impacto psicológico del ataque en los planificadores militares y las tripulaciones rusas. Saber que las bases de retaguardia profundas son ahora vulnerables a las operaciones encubiertas con drones probablemente alterará la postura estratégica de Rusia y obligará a una mayor inversión en sistemas de defensa de puntos y antidrones, recursos que ya están al límite en múltiples frentes.

La Operación Telaraña marca una evolución crucial en la naturaleza del conflicto moderno, donde el ingenio, la creatividad táctica y la tecnología asequible pueden erosionar los pilares tradicionales de la fuerza militar. La capacidad de Ucrania para ejecutar una operación tan sofisticada y de alto impacto en las profundidades del territorio ruso subraya la creciente relevancia de la guerra con drones en el siglo XXI. Este ataque envía una señal inequívoca a los ejércitos de todo el mundo: la defensa contra la próxima generación de amenazas de drones de bajo coste y precisión requiere innovación urgente, adaptabilidad y una reevaluación fundamental de las doctrinas actuales de defensa aérea.

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