Néstor Restivo escribe en Cash sobre las posibilidades de inserción comercial que tienen los países del Mercosur en Asia Oriental, donde, con eje en China, el crecimiento de las clases medias y la urbanización abren espacio para agroalimentos y otras exportaciones. En base a dos seminarios recientes en los cuales hablaron varios expertos en la materia, se analiza ese potencial así como las dificultades del bloque del Cono Sur para coordinar acciones de conjunto.
Por Néstor Restivo
Se estima que hoy viven en Asia Pacífico unos 500 millones de habitantes de clase media, y que en 2030 esa cifra se habrá multiplicado por seis, hasta 3200 millones. China lidera el fenómeno, pero India tendrá un porcentaje relativo mayor de aumento (además, pasará a ser el país más poblado del mundo, desplazando a los chinos al segundo lugar) y la escena se replica en Indonesia, Vietnam, Filipinas, aun en Corea del Sur y otros países del área. Incluso en Japón, que ya completó bastante su mutación demográfica.
Ese crecimiento y cambio de perfil poblacional lleva implícita otra cuestión: la urbanización. Y se sabe que las personas que pasan del campo a las ciudades dejan de ser –en alimentos principalmente– productores y consumidores al mismo tiempo para pasar a conservar sólo la última de esas categorías. Se estima que 74 por ciento de los alimentos que demandarán esas naciones será importado, y ahí Argentina puede tener un rol destacado. Está en el selecto pelotón de países –con Brasil y el Cono Sur, Estados Unidos, Ucrania y algunos países Africa y de Oceanía– capaz de abastecer.
Estas cifras se comentaron días atrás en dos actividades. Una, organizada por la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires, junto con organismos públicos y empresas privadas orientadas al agro y los alimentos, en la cual Fernando Vilella, coordinador de la jornada, dijo que “si hoy viven en el planeta unos 7300 millones de personas, en los países con excedentes alimentarios viven 730 millones, sólo 10 por ciento, y son los que podrían beneficiarse”. Hubo otra actividad, organizada en La Plata por el Ministerio de la Producción, Ciencia y Tecnología de la provincia de Buenos Aires y la Fundación Exportar de la Cancillería en el marco del ciclo Ruta Exportadora, que busca capacitar a pymes bonaerenses sobre cómo hacer negocios en Asia,
En ambos casos se llamó la atención a lo poco que, como bloque, está proyectando el Mercosur hacia esa región. Por ejemplo, Gustavo Idígoras, quien trabajó en el Ministerio de Ciencia y Tecnología nacional y fue consejero agrícola argentino en Europa, hoy en el Grupo de Países Productores del Sur, sostuvo en el primer encuentro que en el Mercosur “hubo miles y miles de encuentros pero pocos avances. El PBI agrícola del bloque creció 220 por ciento en veinte años, más que cualquier otra región. Pero si no trabajamos juntos no tenemos escalas. Argentina sola no puede. Y los ministros de Agricultura del Mercosur no se reúnen desde hace diez años. El Mercosur agroalimentario está inactivo”. A diferencia del bloque, citó el activismo del Consejo Agropecuario del Sur, donde está el Mercosur pero también Bolivia y Chile. Sin embargo, sus decisiones no son vinculantes, sólo recomendaciones.
Por su parte, Ignacio Bartesaghi, coordinador del Observatorio América Latina-Asia Pacífico, que tiene sede en Montevideo y financian la Cepal, la Aladi y la CAF, recordó en el segundo de los seminarios citados que “hoy el Mercosur no opera en conjunto frente a esa nueva realidad mundial liderada por Asia Pacífico. De hecho no tiene ninguna negociación abierta con ningún país de allí”, dijo. Esto último suena increíble mientras otros países latinoamericanos sí están integrándose y pese a que en Asia oriental, si hay algo que sobra, son las febriles negociaciones de articulación comercial, en las cuales el que no ingresa perderá oportunidades.
Un caso citado, no el único, fue el de alimentos procesados, oportunidad que el fenómeno de la urbanización y las clases medias elevará exponencialmente en cuanto a demanda y que hoy aprovechan Australia y Nueva Zelanda, pero poco los países del Cono Sur. El argumento de la menor distancia es cierto, pero a esta altura, relativo.
Argentina, Brasil, Venezuela, Uruguay y otros países se han vinculado cada vez más a Asia. Argentina, con aquel viaje inicial de Néstor Kirchner en 2004, abrió puertas gigantescas con China, que siguió alimentando todos estos años (la prédica de “improvisación” o “manotazos de ahogado” de la oposición política y mediática es falaz y maliciosa) hasta tener hoy un vínculo estratégico sólido y activo. Lo mismo con Rusia o países árabes y del Sudeste asiático.
La Cancillería (lo mismo la Fundación Exportar, el Conicet, el INTA, el Senasa y otros organismos públicos) organiza viajes y misiones a un ritmo intenso. El resto de los socios del Mercosur también articulan, en comercio, inversiones y financiamiento. Pero en conjunto han hecho poco y nada. Acaso lo único sea un tratado con India. En 2010 China –con la que sí se ha avanzado en acuerdos políticos a nivel de la Celac o de Unasur– le propuso al Mercosur iniciar algún estudio sobre qué forma de acuerdo comercial a escala regional podría hacerse. Todavía espera respuesta.
Las oportunidades son muchas si saben ser aprovechadas, dijeron todos los expertos que participaron de las reuniones mencionadas.
En la que hizo el ministerio bonaerense, el director ejecutivo de la Cámara Argentina China, Ernesto Fernández Taboada, citó los casos de lácteos, vinos, aceite de oliva o manteca (y fuera de alimentos, otros como moda, software, polo, cuero o biotecnología), donde Argentina ya incursiona pero que puede ensanchar a través de pymes “sobre todo si trabajan en consorcios” que la Fundación ExportAr propicia buscando mercados. Esos consorcios facilitan la tarea a sectores productivos con recursos y racionalización de costos y tiempos para viajar y hacer negocios en el exterior, que una pyme (a diferencia de empresas como Techint, Bagó, Arcor o SanCor, presentes en aquél rincón del planeta) no podría costear de otro modo. Por ejemplo, contratando a un solo operador exterior dedicado exclusivamente al grupo de firmas que se asocian. Taboada citó puntualmente el caso de quesos, un producto que hasta hace muy poco China no importaba ni consumía. “En 2014 los chinos consumieron 670 toneladas y Argentina fue el octavo proveedor”, expresó.
En el otro simposio, el secretario de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación, Gabriel Delgado, señaló que mirar a Asia no obedece a “ninguna defensa de ninguna bandera sino a comprender que el eje se mudó del Atlántico al Pacífico. Tal desempeño de la economía global nos obliga a repensar el mundo y el lugar de Argentina. Abrir mercados es uno de nuestros principales ejes en el Ministerio”, dijo. Llamó a superar tensiones con Brasil para “integrarnos por ejemplo en trabajos conjuntos fitosanitarios, ir juntos e integrados a negociar; tenemos ventajas, juntos producimos más soja que Estados Unidos”. Este mes, Delgado viajó nuevamente a Beijing y trajo novedades importantes como la apertura de mercados en alfalfa, peras y manzanas y más compras de carne bovina congelada, que en eneromarzo ya tuvo a China como principal comprador.
En el ministerio trabajan sobre tres líneas: negociaciones sanitarias y técnicas para acceso a mercados; cooperación agrícola para promover conocimiento mutuo, intercambio de tecnología y generación de oportunidades de desarrollo; y promoción e información comercial. Todo apunta a generar más valor en los productos exportados por Argentina y a insertarse en cadenas de valor mundiales.
En los años ’90, los procesos de integración tuvieron una profunda impronta neoliberal, dejando el negocio en manos de las multinacionales. El formato clásico fueron los Tratados de Libre Comercio. Ahora, como comentó en una de las reuniones Félix Peña, de la Fundación ICBC, no hay que atarse a dogmas y quizá pueda haber acuerdos preferenciales de cooperación estratégica u otros formatos. Es innegable que el sector privado es un factor esencial de todo proceso de articulación y que, dentro de él, la internacionalización del capital y de las transnacionales juegan un rol central. Pero en Asia y en la última década en América Latina, o al menos en muchos de sus países, el Estado ostenta o está empezando a tener un carácter disciplinador y orientador del proceso asociativo con otros países, lo cual puede hacer de los acuerdos comerciales algo beneficioso para los pueblos, y no sólo para el capital.
Los países que tienen agenda de desarrollo pendientes y vocación industrial, como Argentina o Brasil, negociarán de otro modo que, por ejemplo, los países latinoamericanos de la Alianza del Pacífico con menos ambición de tejidos productivos propios. Tienen enormes recursos y posibilidades de insertarse de modo no dependiente ni primarizador si negocian con inteligencia y con una política pública sostenida.
Los expertos creen que los socios del Mercosur deberían armar una nueva agenda que incluya eliminar los controles de frontera en materia fitosanitaria; armonizar requisitos sanitarios en lácteos, carnes, frutas y otros productos; crear una red de laboratorios regionales, homologar y reconocer registros, simplificar y facilitar la administración, entre otros puntos para reactivar el Mercosur.
Asia oriental está avanzando a pasos gigantes con su propia articulación y desarrollo. Por ejemplo, acaba de formar, por iniciativa china, el Banco Asiático de Inversión e Infraestructura, al que sumaron incluso a países europeos que pese al desagrado de Estados Unidos no quieren quedarse afuera. Es sólo un ejemplo de otras constelaciones nuevas que tienen a China (impulsor además de una nueva “ruta de la seda” euroasiática) y a Rusia como principales agentes. Para América latina, y en especial el Mercosur, su prioridad de política económica, financiera y comercial exterior debería ser el territorio propio (pacífico, diverso e inconmensurablemente rico en recursos) que alberga a sus más de 600 millones de habitantes. Pero el puente con Asia abre escenarios muy promisorios en este siglo.
dangdai.com.ar
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