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martes, 23 de mayo de 2017

Argentina-China, una pareja despareja por donde se la mire

Apretado por la falta de inversiones, Macri optó por acuerdos que van a profundizar asimetrías. Y que sumarán al ya fuerte déficit con China.

Por  Alcadio Oña - Clarín

Mauricio Macri volvió de Beijing con la misma promesa que Cristina Kirchner había traído en 2015, también después de reunirse con el presidente Xi Jinping. Consiste, nada más y nada menos, que en equilibrar la balanza comercial, lo cual, si fuese posible, significaría una proeza monumental. Debiera saberse en principio que prometer no es igual a comprometerse. Y ver, además, todo lo que hay de por medio.

Hasta entonces favorable a nuestro país, a partir de 2008 el saldo comercial bilateral empezó a torcerse a favor de China, y tanto que entre ese año y el año pasado superó los 38.000 millones de dólares. Representa el mayor déficit argentino contra cualquier país o contra cualquier bloque de países: desde Brasil y el Mercosur, hasta Estados Unidos y el Nafta o la Unión Europea y las naciones que la integran.

Claro que ahí mismo ya salta una controversia. Beijing no reconoce esas cifras, que son del INDEC, sino otras mucho menores: en algunos años la brecha alcanzó a unos US$ 2.000 millones, cerca de la mitad del déficit calculado aquí. Luego, para hablar de equilibrar la balanza habría que comenzar por ponerse de acuerdo en los números. “Podríamos consultar cómo miden Brasil y Chile, que tienen una fuerte relación comercial con China”, aconseja un consultor.

Otro analista sostiene que las estadísticas chinas no computan como propios ni a Hong Kong, un potente centro industrial y financiero y un activo mercado libre, ni tampoco a Macao. Cosa que sí hacen las estadísticas del INDEC: el nombre de China va acompañado de un asterisco que remite a ambos territorios.

Pero aún si hubiese acuerdo sobre los números, sobrevivirán brechas cualitativas igualmente enormes. Una de ellas es la composición misma del intercambio comercial. El 89% de las exportaciones argentinas a la potencia no ya asiática sino mundial son productos primarios o manufacturas primarias con muy bajo valor agregado. Dentro de ese universo estrecho reina el poroto de soja.

¿Y qué le compramos? Le compramos pura industria: máquinas, bienes intermedios y piezas y accesorios para ser ensamblados en procesos industriales o tapar agujeros en las cadenas de producción locales. Quedan evidentes, sólo allí, unas asimetrías gigantescas. Y de hecho, que la Argentina exporta poca mano de obra agregada y China, todo con mano de obra agregada. Si la cuestión fuese seguir agregando, las centrales atómicas, las represas en Santa Cruz, la planta de energía solar en Jujuy o los ferrocarriles, todo vendrá con equipamiento chino.

Entonces, el déficit comercial y las asimetrías pintan a más de lo mismo acrecentado. China financia ventas propias y en el acto de financiarlas, compromete. Encima, compromete a largo plazo, tanto por el tiempo que duren las construcciones cuanto por las necesidades de mantenimiento. Sólo la transferencia de tecnología, la capacitación de técnicos argentinos y, al fin, el reemplazo de equipamiento chino por equipamiento argentino pueden achicar los tiempos. Estaríamos hablando de cosas muy distintas y de algo todavía difícil de imaginar.

Aquí cerca, en Brasil, existe un espejo muy diferente donde mirarse. Para empezar, sus exportaciones a China triplican a las argentinas y, además, entre 2010 y 2016 acumuló un superávit en la balanza bilateral próximo a los 50.000 millones de dólares. Y pese a que las ventas también incluyan un porcentaje grande de commodities, como las nuestras, el caso es que el país asiático absorbe el 25% de las exportaciones totales de Brasil. Con importaciones inferiores aunque también considerables, el cuadro completo dice que China se ha convertido en su principal socio comercial.

Datos relevados por el economista Raúl Ochoa, cuentan que desde 2007 las inversiones chinas hacia allí sumaron US$ 37.000 millones efectivos. Y son tan diversificadas que van desde energía, maquinarias, automotrices y electrónica, hasta financieras y de comunicaciones. Cantan también que a partir de 2014 las operaciones de empresas estatales cedieron paso a las privadas.

Existe otro rasgo diferencial que no es precisamente un detalle: las licitaciones brasileñas, en lugar de las poco transparentes y atadas adjudicaciones directas que definen el vínculo con la Argentina. Está a la vista que ante la falta de inversiones privadas, la escasez de financiamiento y las urgencias que impone el enorme déficit de la infraestructura, Macri ha optado por la alternativa china. Es toda una discusión si aún en la emergencia o con los compromisos heredados, no era posible obtener condiciones menos gravosas.

Por muchos motivos, incluidos negocios ahora sacralizados, la relación con China ha sido uno de los grandes lastres que dejó la era kirchnerista; vinculante y asimétrica desde donde se la examine. En Beijing, Macri dijo que había tratado con Xi Jinping la posibilidad venderles bienes con mayor valor agregado. Esto también va atado, pero atado a que la Argentina sea capaz de poner productos elaborados en las góndolas chinas y a que ellos abran sus góndolas.

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