El grupo jihadista sufre cada vez más reveses en su base territorial de Siria e Irak, al tiempo que busca reforzar sus ataques contra objetivos en países occidentales
Por Luisa Corradini para La Nación
Residentes de Mosul, ayer, en su regreso a los barrios liberados por las fuerzas iraquíes. Foto: AFP
PARÍS.- Los jihadistas radicales de Estado Islámico (EI) y sus grupos afines que combaten en Siria e Irak nunca parecieron tan cerca de la derrota militar como en este comienzo de año. Pero los occidentales lo saben: la ideología que anima su acción sobrevivirá a través de su diáspora terrorista, dispuesta a cobrarse venganza en Europa.
"Este año será el de la victoria contra el terrorismo", dijo esta semana el presidente francés, François Hollande, al visitar el frente de operaciones de la alianza occidental cerca de la ciudad iraquí de Mosul.
Después de cuatro años de guerra, atentados, asesinatos y muertes, esa profecía tiene grandes posibilidades de cumplirse. El terrorismo radical sunnita -compuesto esencialmente por las fuerzas jihadistas en Siria e Irak, incluido EI- está militarmente al borde de la derrota.
Si bien aún resisten en ciudades importantes como Idlib o Raqqa, en Siria, su situación es cada vez más frágil, teniendo en cuenta la intensidad de las ofensivas lanzadas por el régimen del presidente Bashar al-Assad y Rusia, por un lado, y los bombardeos de la coalición internacional liderada por Estados Unidos por el otro.
Lo mismo sucede en el caso de la ciudad iraquí de Mosul, aunque EI logró hasta ahora mantener su posición militar a pesar de la ofensiva lanzada el 17 de octubre por una coalición formada por fuerzas chiitas de Irak, peshmergas kurdos, algunos efectivos de élite turcos, varias decenas de consejeros franceses y norteamericanos, y los aviones de la coalición internacional.
El avance de esa alianza se realiza a un ritmo mucho más lento de lo previsto no sólo por la tenaz resistencia que oponen los hombres del autodenominado califa Abu Bakr al-Baghdadi, sino también porque usan a la población como escudos humanos. Pese a todo, la frágil situación de EI no podrá resistir la segunda parte de la ofensiva que acaba de comenzar.
En forma simultánea, los kurdos rodearon Raqqa a fin de preparar el asalto final de la "capital" simbólica del califato en Siria, que comenzará apenas termine el ataque contra Mosul.
Esas dos ciudades, más algunas pequeñas localidades aisladas en Siria, son las últimas posiciones que le quedan a los terroristas de EI. El grupo incluso parece haber perdido definitivamente Libia, donde en su mejor momento había llegado a implantar de 2000 a 3000 combatientes sobre una franja costera de 250 kilómetros de largo y 50 de profundidad en torno de la ciudad de Sirte, más otros bolsones ubicados en las inmediaciones de Trípoli, Sabratah, Benghazi y Derna, a orillas del Mediterráneo, así como en Sebba, en el centro del país. El último bastión de Sirte cayó a principios de diciembre, pero ese acontecimiento no llegó a trepar a los titulares de la prensa y pasó casi inadvertido.
El problema es que ese derrumbe podría producirse en medio de un cataclismo de sangre y destrucción, como ocurrió con el régimen nazi en 1945. El ataque de Año Nuevo en una discoteca en Estambul, que provocó 39 muertos, fue una represalia de EI por la participación de Turquía en la guerra civil siria. Así lo reconoció el grupo en la reivindicación que difundió poco después a través de sus canales oficiales de propaganda.
Esa réplica atañe tanto al cierre de las fronteras entre Siria y Turquía -que está asfixiando a sus fuerzas- como a los bombardeos turcos, y también a la participación del presidente Recep Tayyip Erdogan en la tregua impuesta a la guerra civil en alianza con Rusia e Irán.
Para EI, creado por Al-Baghdadi, esa troika representa una hidra diabólica de tres cabezas. El presidente ruso, Vladimir Putin, es un enemigo acérrimo de los islamistas, primero en las repúblicas musulmanas de la ex URSS y, desde octubre de 2015, en apoyo del régimen de Al-Assad contra los bastiones jihadistas en Siria. Irán -con sus Guardianes de la Revolución y sus milicias chiitas encabezadas por el Hezbollha- fue el principal adversario militar y religioso del EI sunnita. Erdogan, que había sido un aliado de Al-Baghdadi contra Al-Assad, el enemigo común, dio un giro de 180 grados hace algunos meses, al aliarse con Putin para repartirse los despojos de Siria y tratar de imponer un nuevo orden geopolítico en la región.
En ese marco, el atentado de Estambul fue un ataque contra el miembro más frágil de la troika y el único -acaso- que puede ser desestabilizado por una serie de conmociones en cadena. Los kamikazes de EI, financiados durante mucho tiempo por el presidente turco, se vuelven ahora contra ese país. Tanto, que nadie duda que la lista de atentados aumentará considerablemente en los próximos meses en una Turquía que perdió el 40% del turismo, industria que representa el 5% de su PBI.
"Inútil decir que tanto los intereses rusos como Europa occidental tampoco escaparán a esa ola de ataques. Como demostraron los atentados en Francia y Alemania este año, las medidas defensivas adoptadas hasta ahora por los europeos no conseguirán protegerlos", señala James Comey, director del FBI.
"Las migraciones masivas, justificadas por el deber humanitario, pero penetradas por jihadistas que pasarán progresivamente a la acción, serán para EI la nueva forma de traer la guerra hasta Europa", agrega.
En las actuales condiciones, todos los ojos miran hacia Donald Trump. El presidente electo de Estados Unidos, que asumirá el próximo 20, presentó la erradicación de EI en Medio Oriente como su prioridad. Para ello, parece decidido a acercarse a Putin, poniendo quizá fin a la nueva guerra fría que opone a ambos países.
Pero sus intenciones podrían ser contrariadas por los poderosos lobbies militares y petroleros que lo apoyan: "Muchos de esos grupos librarán una guerra despiadada contra Trump, que podría llegar hasta el asesinato", afirma el especialista Mathieu Guidère. "Y en ese caso -concluye- no será Estado Islámico quien lo lamente."
Por Luisa Corradini para La Nación
Residentes de Mosul, ayer, en su regreso a los barrios liberados por las fuerzas iraquíes. Foto: AFP
PARÍS.- Los jihadistas radicales de Estado Islámico (EI) y sus grupos afines que combaten en Siria e Irak nunca parecieron tan cerca de la derrota militar como en este comienzo de año. Pero los occidentales lo saben: la ideología que anima su acción sobrevivirá a través de su diáspora terrorista, dispuesta a cobrarse venganza en Europa.
"Este año será el de la victoria contra el terrorismo", dijo esta semana el presidente francés, François Hollande, al visitar el frente de operaciones de la alianza occidental cerca de la ciudad iraquí de Mosul.
Después de cuatro años de guerra, atentados, asesinatos y muertes, esa profecía tiene grandes posibilidades de cumplirse. El terrorismo radical sunnita -compuesto esencialmente por las fuerzas jihadistas en Siria e Irak, incluido EI- está militarmente al borde de la derrota.
Si bien aún resisten en ciudades importantes como Idlib o Raqqa, en Siria, su situación es cada vez más frágil, teniendo en cuenta la intensidad de las ofensivas lanzadas por el régimen del presidente Bashar al-Assad y Rusia, por un lado, y los bombardeos de la coalición internacional liderada por Estados Unidos por el otro.
Lo mismo sucede en el caso de la ciudad iraquí de Mosul, aunque EI logró hasta ahora mantener su posición militar a pesar de la ofensiva lanzada el 17 de octubre por una coalición formada por fuerzas chiitas de Irak, peshmergas kurdos, algunos efectivos de élite turcos, varias decenas de consejeros franceses y norteamericanos, y los aviones de la coalición internacional.
El avance de esa alianza se realiza a un ritmo mucho más lento de lo previsto no sólo por la tenaz resistencia que oponen los hombres del autodenominado califa Abu Bakr al-Baghdadi, sino también porque usan a la población como escudos humanos. Pese a todo, la frágil situación de EI no podrá resistir la segunda parte de la ofensiva que acaba de comenzar.
En forma simultánea, los kurdos rodearon Raqqa a fin de preparar el asalto final de la "capital" simbólica del califato en Siria, que comenzará apenas termine el ataque contra Mosul.
Esas dos ciudades, más algunas pequeñas localidades aisladas en Siria, son las últimas posiciones que le quedan a los terroristas de EI. El grupo incluso parece haber perdido definitivamente Libia, donde en su mejor momento había llegado a implantar de 2000 a 3000 combatientes sobre una franja costera de 250 kilómetros de largo y 50 de profundidad en torno de la ciudad de Sirte, más otros bolsones ubicados en las inmediaciones de Trípoli, Sabratah, Benghazi y Derna, a orillas del Mediterráneo, así como en Sebba, en el centro del país. El último bastión de Sirte cayó a principios de diciembre, pero ese acontecimiento no llegó a trepar a los titulares de la prensa y pasó casi inadvertido.
El problema es que ese derrumbe podría producirse en medio de un cataclismo de sangre y destrucción, como ocurrió con el régimen nazi en 1945. El ataque de Año Nuevo en una discoteca en Estambul, que provocó 39 muertos, fue una represalia de EI por la participación de Turquía en la guerra civil siria. Así lo reconoció el grupo en la reivindicación que difundió poco después a través de sus canales oficiales de propaganda.
Los altos mandos iraquíes revisan los avances sobre las posiciones de EI. Foto: AFP
Esa réplica atañe tanto al cierre de las fronteras entre Siria y Turquía -que está asfixiando a sus fuerzas- como a los bombardeos turcos, y también a la participación del presidente Recep Tayyip Erdogan en la tregua impuesta a la guerra civil en alianza con Rusia e Irán.
Para EI, creado por Al-Baghdadi, esa troika representa una hidra diabólica de tres cabezas. El presidente ruso, Vladimir Putin, es un enemigo acérrimo de los islamistas, primero en las repúblicas musulmanas de la ex URSS y, desde octubre de 2015, en apoyo del régimen de Al-Assad contra los bastiones jihadistas en Siria. Irán -con sus Guardianes de la Revolución y sus milicias chiitas encabezadas por el Hezbollha- fue el principal adversario militar y religioso del EI sunnita. Erdogan, que había sido un aliado de Al-Baghdadi contra Al-Assad, el enemigo común, dio un giro de 180 grados hace algunos meses, al aliarse con Putin para repartirse los despojos de Siria y tratar de imponer un nuevo orden geopolítico en la región.
En ese marco, el atentado de Estambul fue un ataque contra el miembro más frágil de la troika y el único -acaso- que puede ser desestabilizado por una serie de conmociones en cadena. Los kamikazes de EI, financiados durante mucho tiempo por el presidente turco, se vuelven ahora contra ese país. Tanto, que nadie duda que la lista de atentados aumentará considerablemente en los próximos meses en una Turquía que perdió el 40% del turismo, industria que representa el 5% de su PBI.
"Inútil decir que tanto los intereses rusos como Europa occidental tampoco escaparán a esa ola de ataques. Como demostraron los atentados en Francia y Alemania este año, las medidas defensivas adoptadas hasta ahora por los europeos no conseguirán protegerlos", señala James Comey, director del FBI.
"Las migraciones masivas, justificadas por el deber humanitario, pero penetradas por jihadistas que pasarán progresivamente a la acción, serán para EI la nueva forma de traer la guerra hasta Europa", agrega.
En las actuales condiciones, todos los ojos miran hacia Donald Trump. El presidente electo de Estados Unidos, que asumirá el próximo 20, presentó la erradicación de EI en Medio Oriente como su prioridad. Para ello, parece decidido a acercarse a Putin, poniendo quizá fin a la nueva guerra fría que opone a ambos países.
Pero sus intenciones podrían ser contrariadas por los poderosos lobbies militares y petroleros que lo apoyan: "Muchos de esos grupos librarán una guerra despiadada contra Trump, que podría llegar hasta el asesinato", afirma el especialista Mathieu Guidère. "Y en ese caso -concluye- no será Estado Islámico quien lo lamente."
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