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lunes, 31 de octubre de 2016

Libia: Cinco años sin Muamar Gadafi

Envuelto en una puja de intereses entre distintas facciones armadas y grupos de poder, el país norafricano se encuentra al borde del colapso financiero y sin un rumbo político definido.



Nicholas Sarzkoy y David Cameron, junto al expresidente del CNT, Mustafá Abdel Jalil, en Benghazi en septiembre de 2011.

El 20 de octubre de 2011 el coronel Muamar Gadafi moría en circunstancias aún no aclaradas en Sirte, a manos de los rebeldes que se habían alzado contra su gobierno ocho meses antes. Tras el fin de su largo reinado de cuatro décadas, lejos de transitar pacíficamente hacia la democracia, Libia se ha visto envuelta en una puja de facciones que luchan por el poder, con el condimento adicional de la presencia de focos integristas que responden al Estado Islámico en Sirte y Benghazi. A esto se suma la brusca caída de ingresos por las exportaciones petroleras, debido a la paralización de las operaciones, lo que afecta seriamente la sustentabilidad de las cuentas públicas y la viabilidad del propio Estado libio.

Una difícil transición

El inicio de la era post-Gadafi, tras la declaración de la liberación del país por parte del Consejo Nacional de Transición (CNT) el 24 de octubre de 2011, pareció ajustarse a los parámetros de la democracia. El 7 de julio de 2012 se celebraron las primeras elecciones libres luego de más de cuatro décadas, que dieron paso a la conformación del nuevo Congreso Nacional General (CNG). De allí surgió, a partir de un acuerdo entre los sectores moderados y las fuerzas islamistas, un gobierno liderado por el exprimer ministro Alí Zeidan, un diplomático exiliado durante los años de Gadafi y factor clave en el reconocimiento diplomático de las autoridades surgidas de la revolución de febrero de 2011 por parte de las principales potencias europeas.

El trabajo de Zeidan no fue fácil, ya que las milicias surgidas durante los meses de lucha contra el régimen de Gadafi se negaron a desarmarse y mantuvieron una permanente puja por los espacios de poder y las prebendas del Estado. Una muestra de su debilidad como jefe del gobierno libio fue su secuestro durante unas horas, el 10 de octubre de 2013, por parte de una de las facciones armadas, aparentemente en protesta por la detención en Trípoli por fuerzas especiales estadounidenses de Anas al-Liby (Nazih Abdul-Hamed al-Ruqai), sindicado como autor intelectual de los atentados de 1998 contra las embajadas de EE.UU. en Nairobi (Kenia) y Dar-es-Salaam (Tanzania). La corta experiencia del primer ministro Zeidan llegaría a su fin en marzo de 2014, cuando fue destituido por el CNG luego de un incidente con un barco de bandera norcoreana que intentó concretar una operación ilegal de exportación de crudo desde la terminal petrolera de Es-Sider controlada por una milicia armada de la región de la Cirenaica (en este del país).

En este clima permanente de tensión, dos milicias se convertirían en actores centrales en la puja por el poder: los grupos rebeldes de Zintán, procedentes de la región montañosa de Jebel Nafusa al oeste de Trípoli, y los de Misrata, ciudad que sufrió como ninguna otra urbe libia los constantes bombardeos del régimen de Gadafi durante los primeros meses de la revuelta. La confrontación directa entre ambas facciones se acentuaría a finales de 2013 y terminaría con la toma de control del aeropuerto de Trípoli por parte de las milicias de Misrata y la expulsión de la facción de Zintán de la capital libia y de la principal estación aérea que ocupaban desde fines de 2011.

Un nuevo y polémico jugador

El panorama se agravó con la entrada en escena del general Khalifa Haftar, al frente del autodenominado Ejército Nacional Libio (LNA),quien intentó dar un golpe militar en febrero de 2014. Al ver frustrada su iniciativa, lanzó la denominada “Operación Dignidad” (“Al-Karama”) contra los supuestos “terroristas” que se habían hecho con el control de la capital y de otras localidades costeras de la Tripolitania y la Cirenaica. Para ello contó con el respaldó de las milicias de Zintán, que exhibían como uno de sus principales “trofeos de guerra” a Saif al-Islam Gadafi, detenido en el sur del país en noviembre de 2011 cuando intentaba huir hacia el vecino Níger. En respuesta a Haftar, las milicias de Misrata lanzaron la operación “Amanecer Libio” (“Fajr Libya”).

En este contexto se celebraron las elecciones del 24 de junio de 2014 para la nueva Cámara de Representantes, de la que participó apenas el 18% del electorado habilitado para votar. Los resultados de estos comicios fueron desconocidos por el Congreso Nacional General (CNG), que se negó a disolverse y mantuvo el respaldo de las facciones próximas a las milicias de Misrata instaladas en Trípoli. Frente a esta situación, surgió un gobierno paralelo respaldado por la Cámara de Representantes instalada en Tobruk (región de la Cirenaica), a pocos kilómetros de la frontera con Egipto. Mientras el CNG, presidido por Nouri Abusahmain y cuyo primer ministro era el islamista Omar El-Hassi, mantenía su sede en Trípoli; el gobierno reconocido internacionalmente y comandado por el exmilitar Abdullah al-Thani se instaló en Al-Baida (Cirenaica), respaldado por el LNA de Haftar.

El acuerdo de Sikhrat

Un intento de mediación internacional para destrabar la crisis libia fue el acuerdo firmado en Sikhrat (Marruecos) en diciembre de 2015. Allí se constituyó el denominado “Gobierno de Acuerdo Nacional” (GNA) comandado por Fayez al-Sarraj, un exmiembro de la Cámara de Representantes en representación de Trípoli, quien quedó al frente de un Consejo de Presidencia de nueve miembros que representaban a las distintas facciones y a las tres regiones geográficas del país (Tripolitania, Cirenaica y Fezzan). Instalado originalmente en Túnez, Sarraj se trasladó a Trípoli a fines de marzo de 2016 y su gabinete debía conseguir el visto bueno de la Cámara de Representantes de Tobruk, que continúa siendo reconocida internacionalmente como único cuerpo legislativo legítimo del país. Este último requisito del acuerdo de Sikhrat aún no pudo ser concretado, luego de dos votaciones contrarias por parte del Parlamento en enero y agosto de este año. Se aguarda la presentación de una nueva lista de ministros para poder unificar, al menos desde el punto de vista político, el poder en Libia.

Mientras tanto, en el campo militar, el avance de las tropas de Khalifa Haftar -quien se apoderó de los puertos de la denominada “media luna petrolera” en septiembre pasado- podría abrir un nuevo frente, ya que las autoridades del GNA se niegan a reconocerle a este veterano militar su carácter de legítimo comandante de las tropas y lo tratan como el líder de una facción armada más. Un punto clave para destrabar esta situación será la designación de un único comando militar para reforzar las operaciones que se vienen desarrollando contra el Estado Islámico, que mantiene bajo su control algunos barrios de Benghazi  (segunda ciudad del país y capital de la Cirenaica) y de Sirte, en las cercanías de los mayores puertos petroleros del este del país.

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