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miércoles, 27 de abril de 2016

La impostergable solución para la autopista ribereña

El Paseo del Bajo será la llave del problema con el tránsito de los camiones y el puerto.


Maqueta: la clave del Paseo del Bajo es que los camiones circulan por viaducto subterráneo y los autos por arriba, desde la Illia a la AU La Plata.

Berto González Montaner para Clarín.

Quién no habrá quedado alguna vez enterrado entre los gigantescos camiones que transitan por la avenida Madero. Muchos vienen desde lejos. Pero otros tantos sacan mercadería que llega en tren a las playas de transferencia de cargas, las suben y tienen que dar toda una voltereta para llevarla al puerto. Y viceversa. Peor aún cuando a los amigos camioneros les ataca la impaciencia y hacen sonar esos tremendos bocinazos que te parten el tímpano. La solución a esa compleja galleta urbanística que se arma ahí en el Bajo porteño, hace décadas que la estamos esperando.

Entre las piezas de este complejo rompecabezas está el puerto. En una hipótesis extrema, si por una de esas se mudara a otro lado, tal vez, como algunos especialistas opinan, a Bahía Blanca, ¿dejaríamos de llamarnos porteños y se acabaría el problema? O, en cambio, si la alternativa fuera que se convierta (aunque sea de a poco) en uno más de una constelación de puertos desde Rosario a La Plata, ¿el impacto de los camiones en la Ciudad acaso no sería mucho menor? Sin embargo, por ahora ninguna de estas hipótesis parece tener futuro en lo inmediato: la Ciudad ya decidió no renunciar y quedarse con el puerto por el cual pasa el 70 por ciento de las cargas de la Argentina. Y no solo eso, según aseguró el Ministro de Desarrollo Urbano y Transporte, Franco Moccia, en una reunión con profesores de arquitectura y urbanismo de la FADU, por la contundente razón de que “entre el 70 y 80 por ciento de lo que llega al puerto se consume en su cercanía”.

Pero vayamos al protagonista principal de este enredo, la nunca concluida autopista ribereña, la que debería terminar de unir la red vial metropolitana. La traza original fue pensada como viaducto. Y con ese dibujo y previendo esa existencia se lanzó a principios de los ‘90 la nueva urbanización de Puerto Madero. Los primeros compradores de docks lo hicieron a un buen precio asumiendo, además de un futuro incierto, la contra de estar frente a esa autopista. Pero más incierto aun resultaba pensar la urbanización del otro lado de los diques donde no había casi nada, solo construcciones portuarias desactivadas. Para muchos era casi una utopía “cruzar el charco”. Y sobre todo si el viaducto se hiciese tal cual estaba planificado. Después de la experiencia de las autopistas urbanas que irrumpieron a mansalva en el tejido de la Ciudad, hubo consenso en que el bajo autopista se convertiría en un lugar sombrío donde florecerían mamarrachos urbanos que lo convertirían en una barrera paisajística. Toda una hipoteca al futuro desarrollo de la zona.

En tan solo veinticinco años, Puerto Madero se desarrolló, creció, se hicieron sus torres y se armó el nuevo tejido y sus parques. Ya la Ciudad cruzó al otro lado. Pero los camiones siguieron siendo la gran barrera.

Hubo decenas de proyectos distintos. Llevando la autopista por el borde exterior de la Reserva Ecológica; otro, por su margen oeste, junto a la laguna de los Coipos. También en túnel por la traza actual y en túnel por debajo de los diques. La pensaron cantidad de especialistas... El tiempo fue pasando y nos fuimos resignando a caminar con la piedra en el zapato.

Alguna vez asistí a una discusión entre dos prestigiosos urbanistas. Uno era Jaime Lerner, algo así como el inventor de los sistemas de transporte de superficie guiados, como el Ligerinho de Curitiba o nuestra versión local, el Metrobus. Y la otra era Odilia Suárez, la autora del plan que rigió por casi medio siglo a Buenos Aires. Odilia aseguraba con vehemencia que la solución de transporte de la Ciudad pasaba por ampliar y extender la red de subte. Lerner, retrucaba y le decía: “El subte está bien, pero es a futuro… Hay que pensar soluciones para el mientras tanto; no se puede hipotecar la vida de generaciones”.

Otro prestigioso arquitecto latinoamericano, Solano Benítez, alguna vez me dijo: “Ustedes discuten y cuestionan todo y finalmente no hacen nada. Los chilenos son más pragmáticos, no discuten tanto el qué sino el cómo. Lo hacen. Y en todo caso después lo cambian”.

Finalmente el Gobierno anunció que la autopista se convertirá en el Paseo del Bajo, como les contó el Ministro de Desarrollo Urbano y Transporte, Franco Moccia, al grupo de docentes de la FADU. Que los camiones irían por abajo, en trinchera y los autos seguirían por arriba en una suerte de avenidas parque. Que ya está previsto el llamado a licitación para las obras subterráneas. Y que la Corporación Puerto Madero está encargada de definir los últimos detalles de cómo quedará en la superficie. También que anunciará un concurso para diseñar el Parque del Bicentenario, la gran pieza que queda entre el CCK y la avenida Belgrano y desde la línea de la Casa de Gobierno a Puerto Madero.

Pero ¿qué hacían los profesores de arquitectura y urbanismo reunidos con Moccia en la nueva sede de Gobierno frente a Parque Lezama? Fueron convocados por el mismo ministro para intercambiar información sobre la Ciudad y proponerles que desde las cátedras disparen ideas para mejorarla.

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