Por Ernesto Gallegos.
Desde hace unos años, la palabra “fracking” ha sido utilizada en un sentido negativo, con el objetivo de desacreditar esta forma de explotación. No obstante ello, la “fracturación hidráulica” (tal su nombre en castellano) es una práctica que merece ser conocida tanto por sus desventajas como por sus ventajas. Por eso, en esta nota se repasan las características de esta forma no convencional de explotación, y se refutan, uno a uno, los mitos que se han construido en torno al término “fracking”.
El pasado 16 abril se cumplieron 3 años de que la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner presentara el histórico Proyecto de Ley “De la soberanía hidrocarburífera de la República Argentina” que permitió la recuperación por parte del Estado nacional del 51% del paquete accionario de YPF. Luego de la privatización y extranjerización de la empresa, la gestión de la multinacional Repsol se encontraba más encuadrada en el vaciamiento de la compañía que en servir a los intereses energéticos argentinos. El estado de situación de crecimiento del consumo energético (junto con el aumento del PBI) año a año iba acompañado por un declino sostenido de la producción local de petróleo y de gas, generando una brecha en constante aumento que debía y aun hoy debe ser subsanada con la importación de hidrocarburos, principalmente gas natural licuado para la generación de energía.
La nueva gestión al frente de YPF, con su CEO el Ingeniero Miguel Galuccio como su máximo exponente y con el apoyo de la Casa Rosada, estableció rápidamente los nuevos objetivos de la empresa. Con un primer plan de alto impacto de 100 días y un plan de negocios de 5 años (2013-2017) la nueva administración estableció cuál sería su nuevo ADN: una YPF con sentido nacional, profesionalizada, comprometida con la seguridad y el medio ambiente, que garantice el valor para los accionistas, y con el objetivo claro de ser instrumento de la recuperación del autoabastecimiento energético.
En el corto plazo, el planteo fue claro: detener el declino en la producción con una nueva plataforma de trabajo para revertir la tendencia negativa. Luego, para aumentar la producción de manera sostenida, se orientarían los esfuerzos hacia la producción de yacimientos maduros, la explotación de recursos no convencionales y mejorar las estrategias de refino y comercialización. Por último, como objetivo máximo de este primer plan quinquenal, la gestión Galuccio propone instalar un nuevo paradigma para cambiar el futuro del sector energético, mediante el desarrollo masivo de los recursos no convencionales, a tal punto de que nuestro país vuelva a convertirse en exportador neto de energía.
El desafío pasó por reorientar a la empresa desde una gestión privada orientada a obtener dividendos a la menor tasa de inversión posible, hacia convertirla en una herramienta para el desarrollo nacional, sin desatender los dividendos de sus accionistas, pero con un objetivo principal muy claro: recuperar el autoabastecimiento energético.
Hidrocarburos no convencionales
El objetivo principal, donde se apuntan todos los cañones de la industria petrolera en Argentina en los últimos años, es la Formación Vaca Muerta dentro de la Cuenca Neuquina. Se trata de una de las mayores reservas de hidrocarburos no convencionales a nivel mundial: la segunda en Shale Gas (gas de lutitas) y la cuarta en Shale Oil (petróleo de lutitas). Para entender la dimensión e importancia de la Formación Vaca Muerta, pero también para acercarse a la idea de la complejidad que implica su explotación, es necesario comprender de qué se trata el “shale”.
Hace más de 100 años que se extrae petróleo y gas en todo el mundo; en Argentina se extraen hidrocarburos naturales desde 1907 (Pozo N°2 en Comodoro Rivadavia, sitio donde hoy funciona el Museo Nacional del Petróleo). Todos los yacimientos de los que se extrajeron petróleo y gas hasta la última década —y que se siguen y seguirán explotando por muchos años más— son denominados convencionales. Pero, ¿convencionales con respecto a qué?
El sistema petrolero (convencional) consiste en una serie de elementos que se tienen que encontrar en una línea de tiempo. Estos elementos son: la roca madre, la roca reservorio, la roca sello, la columna de roca (que ejerce presión sobre el sistema), una trampa, los eventos de generación-migración-acumulación, y la preservación del hidrocarburo generado, migrado y acumulado en la roca reservorio. Si falta alguno de estos elementos, tenemos que hablar de un yacimiento no convencional, o sea que no necesariamente es estéril o inviable económicamente, pero que debe ser estudiado y explotado con técnicas diferentes a las utilizadas en los sistemas convencionales.
De la explicación anterior se desprende que no puede haber un solo tipo bien caracterizado de recursos no convencionales. De hecho, se conoce una amplia variedad de yacimientos, algunos que hoy ya se pueden explotar y son rentables económicamente, y otros que no pueden ser explotados con la tecnología y las variables económicas actuales. Entre los yacimientos no convencionales más conocidos están los siguientes:
- Metano ligado a bancos de carbón: Se trata de gas adherido a las superficies de la materia orgánica macerada en bancos masivos de carbón en profundidad.
- Gas de centro de cuenca: son acumulaciones de gas ubicadas en profundidades mayores a 3500 metros, a presiones extremas.
- Hidratos de gas: en este caso se trata de un material parecido al hielo, compuesto por moléculas de agua en estado sólido, cuya estructura cristalina atrapa una molécula de gas metano. El gas de este tipo tiene un origen de origen biológico o sea que proviene de la descomposición microbiana de materia orgánica. Se cree que las reservas de gas en forma de hidratos congelados son enormes, incluso que duplican a todas las reservas conocidas de gas y petróleo del mundo. Los hidratos de gas se encuentran en los fondos oceánicos y en menor medida en suelos congelados en zonas árticas. No se han descubierto todavía las técnicas para explotar este tipo de yacimientos de una forma segura, sustentable y económicamente viable, pero esto podría cambiar en el futuro.
Petróleo o gas de lutitas (shale-oil/shale-gas): se llama de esta manera a los reservorios en los que los niveles de la roca productora, la roca madre, son ricos en materia orgánica, esa materia orgánica sufrió los procesos físico-químicos para convertirse en hidrocarburos, pero no llegó a darse ningún tipo de migración. El hidrocarburo, petróleo o gas, sigue atrapado en forma de gotas microscópicas dentro de la roca madre. Este es el caso de la Formación Vaca Muerta. Hay una variación de este tipo de yacimientos denominados Tight Gas(literalmente “gas apretado”) en los que el hidrocarburo gaseoso queda atrapado en un tipo de roca que no se puede considerar reservorio al no tener permeabilidad y que sólo puede ser explotado mediante fractura hidráulica (fracking) al igual que el shale. De todas las cuencas conocidas en Argentina, sólo se ha reconocido actividad de hidrocarburos no convencionales con potencial para su explotación en la Cuenca Neuquina (Vaca Muerta) y en la cuenca del Golfo de San Jorge (Chubut y Santa Cruz).
Las perspectivas de encontrar nuevas cuencas productoras de gran volumen siguiendo el paradigma del sistema petrolero convencional en todo el mundo se están agotando, y es por eso que los sistemas no convencionales van a determinar los niveles de reservas de hidrocarburos de la humanidad en el futuro cercano. Esto nos trae nuevamente a Vaca Muerta, donde se concentra el principal sitio en actividad a nivel mundial (fuera de Estados Unidos) donde se realiza la explotación de este tipo de recursos. YPF, junto con sus socios nacionales y extranjeros (como Chevron), siguen estableciendo el trabajo de exploración y producción inicial para generar la confianza de la industria en cuanto a la rentabilidad de explotar estas masivas reservas de hidrocarburos.
Fracking en Argentina
Mucho antes de conocerse el potencial de Vaca Muerta o la naturaleza de los recursos no convencionales, se empezó a instalar la palabra fracking con una connotación seriamente negativa para impedir o dificultar este tipo de explotación. La técnica del fracking o fracturación hidráulica consiste en una perforación convencional hasta el nivel a explotar (en nuestro caso Vaca Muerta), a esa profundidad se realiza un pozo a través de la roca productora (que puede mantener la vertical o ser horizontal para aumentar la exposición a la formación). En el pozo, y en contacto con la formación de interés se generan fracturas mediante explosiones, y estas fracturas son rellenadas rápidamente con agua a muy alta presión, con menos de 1% de una mezcla de químicos llamados “aditivos”, y un agente de sostén que consiste en una arena natural o sintética que tiene como objetivo meterse entre las fracturas realizadas e impedir que se cierren. De esta manera, con la técnica de fracturación hidráulica se logra que una roca rica en hidrocarburos, como son los yacimientos de tipo shale, tenga la porosidad y permeabilidad necesaria para poner esas gotas microscópicas de petróleo y gas en movimiento y se las pueda producir a una escala económicamente viable.
Esta técnica de explotación necesita de grandes volúmenes de agua, mucho mayores a los de los pozos convencionales (unos 25 millones de litros por pozo). El riesgo ambiental real de esta práctica está relacionado justamente con la escala de la operación que precisa de una gran cantidad de pozos por unidad de superficie, donde la realización de cada pozo demanda una gran cantidad de agua, químicos y agentes de sostén. Pero en la práctica esta actividad no presenta más riesgo que otras industrias, con la salvedad de que la escala de trabajo es tan grande que un accidente en las perforaciones utilizando fracturación hidráulica (de manera equivalente a lo que ocurre con la minería a cielo abierto o megaminería) daría lugar a un daño de grandes dimensiones. Vale la pena destacar que debido al riesgo que implican sus operaciones, la industria petrolera es la actividad económica que maneja los más altos niveles de seguridad, junto con la producción de energía nuclear.
Esta práctica tampoco es nueva en nuestro país: según datos históricos de YPF, el primer pozo donde se realizó fracturación hidráulica (en forma conjunta con Halliburton) se encuentra en el yacimiento Sierra Barrosa, donde se bombearon 20 000 libras de arena dentro de las fracturas como agente de sostén; dicha operación ocurrió el 23 de septiembre de 1959. Los geólogos conocían desde hace décadas el potencial de Vaca Muerta y la industria manejaba la tecnología de la fracturación hidráulica también mucho antes del shale boom. Lo que ocurrió a partir de la década pasada en Estados Unidos (y está ocurriendo hoy en Argentina) es que la relación entre costos y eficiencia de la tecnología, reservas convencionales disponibles y precios internacionales, entre otras variables, convirtieron a la explotación de este tipo de recursos en económicamente viables.
Los mitos del fracking
La campaña global en contra del fracking se apoya en una serie de puntos orientados a generar terror en la población, entre los que podemos destacar: 1) el fracking pone en riesgo los niveles freáticos, 2) el fracking compromete las reservas de agua dulce, 3) el fracking utiliza miles de químicos tóxicos, y 4) el fracking provoca sismos.
Con respecto al primer punto, seguramente el más sensible y controversial, la configuración geológica de la formación Vaca Muerta permite que toda la operación se realice de una manera segura sólo por su profundidad. Los niveles freáticos son formaciones geológicas debajo del suelo que tienen continuidad lateral y permiten la acumulación y migración de aguas subterráneas. Estos niveles son de vital importancia para el desarrollo de la vida en todos los ambientes naturales, al abastecer la disponibilidad de agua para plantas y animales. Los niveles freáticos que almacenan y por los que circula agua dulce se encuentran por lo general a menos de 300 metros de la superficie. El aislamiento de los niveles freáticos se realiza periódicamente en cada uno de los pozos de yacimientos convencionales. Se cree que hasta el momento se han realizado unos 70 000 pozos convencionales de petróleo y gas en nuestro país. La posibilidad de migración entre el pozo y los niveles freáticos se controla con una serie de medidas de seguridad que se superponen, e incluyen principalmente el “casing” (entubamiento realizado con aceros especiales) y diferentes tipos de cementación. Como el techo de la formación Vaca Muerta se encuentra a más de 2000 metros de profundidad, toda la sección de los pozos para su explotación que podrían interactuar con los niveles freáticos se pueden y se deben aislar efectivamente para impedir la migración de cualquier fluido contaminante.
También con respecto a las reservas de agua dulce, aunque este argumento haya perdido fuerza rápidamente, se trató de instalar la idea de que los niveles freáticos se iban a explotar para producir el agua necesaria para la inyección durante la fracturación. En realidad, el agua utilizada para la fracturación hidráulica proviene de los cursos naturales de Neuquén, cuyos principales ríos transportan grandes volúmenes desde el deshielo de la cordillera hacia el océano Atlántico. Anualmente el agua utilizada para el fracking representará (en su pico de actividad) un pequeño porcentaje del caudal de estos ríos, mucho menor a lo que se desvía para uso doméstico, irrigación y otras industrias de la región.
Los aditivos utilizados durante la estimulación de la formación no son ni cientos ni miles como denuncian algunos grupos ambientalistas, ni son químicos cancerígenos o radioactivos como también se ha llegado a denunciar. Se trata de una veintena de compuestos de uso común en otras industrias e incluso de uso doméstico. Esta lista incluye cloruro de potasio, goma guar, ácido acético, bicarbonato de sodio, hipoclorito de sodio, e hidróxido de sodio entre otros.
De todos modos, más allá de la baja cantidad y peligrosidad de los químicos utilizados, sumados a la presencia de hidrocarburos, es de vital importancia que se respeten las normativas vigentes sobre el debido aislamiento de los pozos. La preservación de la integridad de los niveles freáticos atravesados por los pozos, tanto en la extracción de hidrocarburos convencionales como no convencionales, es esencial para evitar un daño potencialmente muy grave para el medio ambiente. Esta responsabilidad es compartida entre las compañías operadoras que tienen sus propios estándares de calidad, y las autoridades que tienen el poder de policía para hacer cumplir las leyes ambientales, tanto nacionales como provinciales.
Por último, si bien existen estudios que vinculan movimientos sísmicos con la actividad petrolera no convencional (en Ohio, Estados Unidos, por ejemplo), no se trata concretamente de terremotos. No todo sismo es un terremoto. Sólo los movimientos mayores a 4 grados en la escala de Richter se llaman terremotos, mientras que los de magnitud inferior son microsismos o sismos menores. Los movimientos que produce directa y únicamente el fracking son del orden de -4 en la escala Richter, unas 100 000 veces menor al movimiento perceptible por los seres humanos. Anualmente ocurren en el mundo unos 2 920 000 sismos menores a 2 en la escala de Richter (microsismos), 365 000 entre 2 y 2,9 y 49 000 entre 3 y 3,9. Esta última categoría, en la que entran los mayores movimientos registrados en Ohio relacionado con el fracking (de 3 grados, registrado el 10 de marzo de 2014) es generalmente imperceptible por los seres humanos en superficie y rara vez ocasiona daños. El momento de la fracturación (que usualmente toma entre 24 y 36 horas por pozo) genera entonces una vibración que trasladada a la escala de Richter es de entre -2 y -4 grados, entonces: ¿cómo puede ser que se relacione con sismos de 2 o 3 grados? La explicación está en la geología, ya que este tipo de movimientos en el subsuelo pueden (en el peor de los casos) actuar como detonante en una configuración tectónica y estructural donde ya existe una posibilidad concreta de desarrollar sismos de dicha magnitud. En una zona tectónicamente activa, donde existen sistemas de esfuerzos activos, la detonación relacionada con el fracking puede funcionar como “el último empujoncito” para desencadenar un sismo menor de este tipo. Este no es el caso de la cuenca Neuquina y en Argentina nunca se han registrado sismos relacionados con este tipo de práctica a pesar del alarmismo generado en torno a esa posibilidad.
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