Expansión global
Con nuevas inversiones y exigencias, inicia una política más agresiva
Por Keith Bradsher y Clifford Krauss | The New York Times
La represea hidroeléctrica que está construyendo China en Ecuador. Foto: NYT
EL CHACO, Ecuador.- Allí donde los Andes se unen con el Amazonas, unos 1000 ingenieros y trabajadores chinos vierten concreto para una represa y un túnel de 24 kilómetros. El proyecto, de US$ 2200 millones, surtirá con agua de río a ocho gigantescas turbinas chinas, que producirán suficiente electricidad para iluminar una tercera parte de Ecuador.
Cerca del puerto de Manta, en el Pacífico, bancos chinos están en negociaciones para otorgar un préstamo de US$ 7000 millones destinados a la construcción de una refinería que convertiría a Ecuador en un actor clave en la producción de derivados de petróleo a nivel global. Los bancos estatales chinos ya invirtieron US$ 11.000 millones en Ecuador, y el gobierno pide más.
Ecuador es un país con poco peso en el escenario mundial. Sin embargo, la rápida expansión de la presencia china dice mucho sobre el cambiante orden global, ya que Pekín avanza y Washington, gradualmente, pierde terreno. Aunque China ha ocupado un lugar preponderante en la economía mundial durante décadas, ahora ejerce su peso financiero en el mundo con la confianza y los objetivos de una superpotencia.
Pekín ahora está afianzando agresivamente su influencia económica para ganar aliados diplomáticos, invertir su vasta riqueza, promover su moneda y garantizar acceso a los recursos naturales que tanto requiere. Se trata de una nueva fase de la evolución de China. A medida que la riqueza de esta nación aumenta y sus necesidades cambian, el presidente Xi Jinping y otros líderes de gobierno buscan que China extienda su alcance a escala global.
Se espera que muy pronto la moneda china, el renminbi, sea reconocida como una divisa de reserva mundial, para formar parte de la élite monetaria junto con el dólar, el euro, la libra esterlina y el yen. El banco de desarrollo estatal de China ya supera al Banco Mundial en créditos internacionales. Y su esfuerzo por crear una institución con fondos internacionales para financiar proyectos de transporte e infraestructura cuenta con el apoyo de 57 países, incluyendo varios de los aliados más cercanos de Estados Unidos, a pesar de la oposición del gobierno de Obama.
Ni la actual depresión de la Bolsa podrá hacer flaquear la determinación del país. China tiene aproximadamente 4 billones de dólares en reservas, que está resuelta a invertir en el extranjero para obtener ganancias y ejercer su influencia.
El creciente poder económico de China coincide con una política exterior cada vez más asertiva; ahora construye portaaviones, submarinos nucleares y aviones cazas furtivos. En el mar, donde lleva a cabo varias disputas territoriales, China está convirtiendo los arrecifes y atolones cercanos al sur de Filipinas en islas artificiales, con al menos una pista de aterrizaje capaz de recibir a los aviones militares más grandes. Estados Unidos objeta esta maniobra: ya realizó vuelos de inspección en el área y analiza enviar buques de guerra.
Los líderes chinos consideran que la inversión en el extranjero es simbiótica. "La actual cooperación industrial entre China y América latina llega en un momento preciso", expresó el primer ministro Li Keqiang durante una visita a Chile a fines de mayo. "China cuenta con capacidad de fabricación de equipo y tecnología integrada a precios competitivos, mientras que América latina tiene la demanda de expansión de infraestructura y actualización industrial", agregó.
No obstante, este despliegue de fuerza financiera también vuelve más vulnerable a China, y al resto del mundo. Desde hace ya un tiempo China es el motor del crecimiento global, pero ahora está asumiendo nuevos riesgos al exponerse a regímenes políticos inestables, mercados emergentes volátiles y otras fuerzas económicas fuera de su control.
Cualquier problema podría impactar el crecimiento de China, en especial en un momento en el que ya se está desacelerando. Los recientes tropiezos en la Bolsa de Valores del país añadieron presión, ya que el gobierno está tomando medidas enérgicas para estabilizar la situación.
Aunque China tiene recursos sustanciales para resistir choques financieros graves, su estabilidad en general es importante. Cuando China sufre un desmayo, los efectos se sienten a nivel mundial, en las empresas, industrias y economías que dependen de este país como motor de crecimiento.
En muchos casos, China va por un camino que Occidente es reacio a recorrer, ya sea por motivos financieros o políticos (o ambos). Luego de haber sido golpeada por las sanciones debido a la crisis con Ucrania, Rusia, que está al borde de una recesión, estrechó sus lazos con China. La lista de acreedores en África y Medio Oriente incluye a varios de los regímenes y economías inestables que podrían tener problemas para pagar los créditos chinos, como Yemen, Siria, Sierra Leona y Zimbabwe.
Consciente de su poderío, China está forzando a los otros países a jugar según sus reglas financieras, lo cual puede resultar oneroso. Muchos países en desarrollo pagan tasas de interés exorbitantes a cambio de créditos, y ceden los derechos sobre sus recursos naturales por años. China es dueña del 90% de las exportaciones petroleras de Ecuador, que se usan básicamente para pagar deuda.
Las normas internacionales limitan la manera en que Estados Unidos y otros países industrializados pueden vincular sus créditos a tales acuerdos, pero China no está obligada a seguir estas normas pues todavía se lo considera un país en desarrollo.Éste es uno de los motivos por los que el esfuerzo de China para construir un fondo internacional de desarrollo, el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, se ha enfrentado con la oposición de Estados Unidos. A Washington le preocupa que China cree sus propias reglas, con menores expectativas de transparencia y manejo ambiental.
Aunque China ha buscado apaciguar esos temores, su cartera de proyectos en todo el mundo impone condiciones durísimas. Desde 2005, el país ha entregado cerca de 417.000 millones de dólares en contratos de construcción, muchos amarrados a contratos de crédito más amplios.
China también tiene un récord cuestionable en lo que se refiere a seguridad laboral, normas ambientales y gerencia de empresas. Aunque las inversiones chinas han creado empleos en muchos países, los expertos en desarrollo están preocupados pues Pekín está exportando sus peores prácticas.
La influencia de China, en todo caso, es inigualable.
Es el comprador más grande de petróleo a nivel mundial, lo que hace que tenga una influencia sustancial en la petropolítica. Es el socio comercial predilecto de cada vez más países, y lleva la delantera ante las naciones occidentales. La inversión extranjera directa de China (el dinero que gasta cada año en el exterior en terrenos, fábricas y otras operaciones comerciales) es la segunda del mundo, después de Estados Unidos. El año pasado superó a Japón.
Las empresas chinas ocupan un lugar crucial en el auge de construcción a nivel global, principalmente financiado por bancos chinos. Están construyendo plantas eléctricas en Serbia, fábricas de vidrio y cemento en Etiopía, viviendas populares en Venezuela y gasoductos en Uzbekistán.
Esta sorprendente evolución sucedió en poco tiempo.
Si bien China progresó económicamente durante el régimen de Mao, sus políticas dejaron al país cada vez más aislado y turbulento. Después de que los comunistas llegaron al poder en 1949, cientos de miles de personas fueron ejecutadas, acusadas de oponerse a la revolución o de poseer demasiados terrenos. Y a finales de la década de 1950, decenas de millones murieron a causa de la hambruna. La Revolución Cultural, que inició en 1966, trajo consigo una década de violencia y estancamiento económico.
Cuando China empezó a abrir su economía en la década de 1970, era una de las naciones más pobres. El gobierno tuvo que luchar para atraer a empresas e inversionistas.
Una de las primeras multinacionales que entraron fue American Motors Corporation, que construyó una fábrica en Pekín. Al principio, el proyecto buscaba producir jeeps para exportarlos a Australia, en lugar de construir autos para consumidores chinos que, en su mayoría, todavía montaban bicicletas.
Para Gerald Meyers, director general de la empresa automotriz en aquella época, el mercado chino no parecía importante. Ni siquiera se molestó en visitar el país. "No le dedicamos muchas conversaciones en nuestra sala de reuniones", dijo, y agregó: "En realidad, estábamos intentando sobrevivir en nuestro mercado nacional."
Hoy en día, China produce dos millones de autos al mes, mucho más que cualquier otro país. Esto refleja la transformación más amplia de su economía, de una sociedad agraria aislada hasta convertirse en un fabricante mundial.
El cambio ha generado mucha riqueza. No obstante, también ha traído nuevas demandas, como el hambre insaciable de energía para sustentar la economía. Esto ha obligado a China a mirar más allá de sus fronteras para invertir esas riquezas y satisfacer sus necesidades.
China está jugando tanto a la ofensiva como a la defensiva. Por su creciente dependencia del petróleo extranjero, los dirigentes chinos ha seguido el ejemplo de Estados Unidos y otras economías grandes en la búsqueda de poseer más campos petrolíferos en el extranjero (o, al menos, poseer el crudo que producen) para garantizar un suministro estable.
En años recientes, las compañías petroleras paraestatales de China han adquirido grandes participaciones en operaciones petroleras en Camerún, Canadá, Kazakhstán, Kirguistán, Irak, Nigeria, Santo Tomé y Príncipe, Sudán, Uganda, Estados Unidos y Venezuela.
"Al utilizar recursos y mercados extranjeros, debemos considerarlo desde la perspectiva de estrategia nacional", dijo el primer ministro Li en 2009, cuando era viceprimer ministro. "Si los recursos provienen principalmente de un país o de un lugar con frecuente inestabilidad, la seguridad económica nacional se verá eclipsada cuando ocurra una emergencia.".
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