domingo, 12 de abril de 2015

Bombas nucleares, acuerdo o statu quo: las alternativas del Ayatolá Ali Jamenei

Por José Luis Masegosa*

La República Islámica de Irán encara en los próximos doce meses un proceso diplomático y otro político de enorme trascendencia para su futuro. EEUUs, China, Rusia, Francia, Reino Unido y Alemania (en lo sucesivo, el Grupo de 5+1) e Irán reanudan la negociación nuclear el 16 de marzo con dos plazos a la vuelta de la esquina: el 31 de marzo para consensuar un acuerdo político y el 30 de junio para definir sus detalles técnicos.

La negociación nuclear coincide con un año preelectoral en Irán en el que la tensión política iráin crescendo a medida que nos acercamos al 26 de febrero de 2016, la fecha escogida para las elecciones al “Majlis”, el parlamento iraní y a la Asamblea de Expertos, una antesala de las elecciones presidenciales de 2017.

Las facciones ultraconservadora, moderada, y reformista se juegan quién determinará el rumbo del país a medio y largo plazo. Las legislativas dirimirán si los conservadores moderados y reformistas repiten el éxito de 2013 cuando auparon a la presidencia al centrista Hasan Rouhani merced a la división de los conservadores.

Las elecciones a la Asamblea de Expertos, la institución competente para elegir y controlar al Líder Supremo de la Revolución, han adquirido un valor estratégico debido a la delicada salud del Ayatolá Ali Jamenei (75 años). Todo el mundo da por hecho que la Asamblea renovada en 2016 por ocho años designará al sucesor de Ali Jamenei. En la práctica, las preferencias de la Guardia Revolucionaria contarán bastante en la sucesión.

El análisis predominante explica la ausencia de acuerdo, después de más de un año de intensas negociaciones, en función de la división política en Irán entre el presidente Rouhani que busca un compromiso histórico y los duros del régimen que bloquean cualquier pacto a través del Líder Supremo.

No es tan sencillo. La postura iraní en materia nuclear se debe contemplar también a la vista de la cultura política y de la opinión pública, dos condiciones claves de la lucha partidista en un año preelectoral en el que las facciones y sus líderes se juegan su carrera o supervivencia política. No obstante, el pluralismo es limitado en la autocracia competitiva iraní y en última instancia será el Líder Supremo el que zanje la cuestión nuclear. Todas sus alternativas son malas.

Los resultados de la negociación nuclear afectarán los trabajos del Comité 1737 de sanciones a Irán del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que preside España desde enero de 2015. Nuestro país respalda un acuerdo que evite la proliferación nuclear y quiere participar en la progresiva normalización de las relaciones de Irán con el resto del mundo.


El estado de la negociación nuclear

La comunidad internacional aborda el dossier nuclear iraní en dos piezas separadas pero interrelacionadas:
El Grupo de 5+1 se encarga de alcanzar un acuerdo que limite en el futuro la capacidad iraní para producir uranio altamente enriquecido para una bomba nuclear;
La Organización Internacional de la Energía Atómica (OIEA) investiga la dimensión militar del programa nuclear, o lo que es lo mismo, el “know-how” adquirido en el pasado para construir la bomba. Esta segunda pieza es instrumental para aclarar las intenciones del régimen de los Ayatolás.

Efectivamente, la cuestión de fondo se encuentra en la naturaleza disputada del programa nuclear: civil y pacífica, como reitera Teherán o militar como afirman los servicios de inteligencia occidentales o sospechan los inspectores de la OIEA. En este sentido, el Director Nacional de Inteligencia de Estados Unidos, James R. Clapper, reiteró el pasado 26 de febrero ante el Senado que Teherán dispone de la capacidad tecnológica para construir una bomba nuclear pero que, por el momento, no ha decidido construirla. Por tanto, la cuestión es política.

Las conversaciones entre el Grupo de 5+1 e Irán se celebran al amparo del acuerdo interino del 24 de noviembre de 2013 por el que Irán se comprometió a no enriquecer uranio por encima del 5% en Uranio-235 (235U) en ninguna de sus instalaciones a cambio del levantamiento temporal y limitado de sanciones. Desde entonces ha podido exportar un millón de barriles de petróleo/día, productos petroquímicos, automóviles, metales preciosos, y acceder a fondos congelados en el extranjero.

Los negociadores iraníes y americanos afirman que están muy cerca de alcanzar un acuerdo. Los iraníes han visto reconocido su derecho a enriquecer uranio y a mantener un número significativo de centrifugadoras. Occidente ha logrado que Teherán se comprometa a convertir la planta de enriquecimiento de uranio de Fordow en un centro de investigación y desarrollo y a reducir de manera sustancial la producción de plutonio del reactor de agua pesada de Arak. Se encuentra pendiente de confirmación si Teherán enviará su stock de uranio enriquecido a Rusia para procesarlo y convertirlo en barras sólidas de combustible nuclear, que ya no servirían para producir armamento nuclear.

Dos cuestiones han impedido el acuerdo hasta ahora: el tamaño del programa nuclear restante que se permitiría conservar a Irán y el calendario del levantamiento de las sanciones que asfixian la economía iraní. Ahora bien, la madre del cordero es la desconfianza entre las partes, resultado del desconocimiento e ignorancia mutua durante más de 30 años sin relaciones diplomáticas y de los grupos de presión que rechazan el compromiso. En este sentido 47 senadores republicanos han enviado una carta al Ayatolá Ali Jamenei para recordarle que el sucesor del presidente Obama en 2017 podrá revocar el acuerdo nuclear.

Los negociadores han avanzado bastante en la última ronda de negociaciones de febrero yestarían pergeñando un acuerdo de 15 años en el que las restricciones a las actividades más sensibles de enriquecimiento de uranio se levantarían en los últimos cinco. Irán conservaría 6.000 centrifugadoras, unas miles más de las originariamente permitidas por Washington, pero a cambio enviaría al extranjero una buena parte de sus stocks de uranio enriquecido.

La otra pieza del dossier nuclear se encuentra atascada. Si bien es cierto que Teherán ha cumplido a rajatabla el acuerdo interino de noviembre de 2013, no se puede decir lo mismo respecto a la investigación de la dimensión militar del programa nuclear. El último informe de la OIEA reitera la preocupación por la posible existencia en Irán de actividades no reveladas relacionadas con la esfera nuclear en las que participan organizaciones del ámbito militar, entre ellas actividades relativas al desarrollo de una carga útil nuclear para un misil.

La Administración Obama parece resuelta a alcanzar un acuerdo y a no repetir errores del pasado. Graham Allison, de la Universidad de Harvard, señalaba hace unos días que mientras EEUUs se enredaba en demandas maximalistas y rechazaba acuerdos que habrían limitado el programa nuclear iraní a 164 centrifugadoras (en 2003 frente a las 19.000 actuales),Washington ignoraba la realidad de unos científicos iraníes que avanzaban a toda velocidad hasta reducir de 10 años a 3 meses el “breakout time” o tiempo de respuesta para evitar la construcción de una bomba desde el momento en que la violación del acuerdo fuese detectada. Ya advirtió Ortega y Gasset que “toda realidad ignorada prepara su venganza”.

Las líneas rojas de la negociación nuclear

El poder en Irán se encuentra principalmente en manos de los “patriarcas”, un reducido círculo de clérigos muy cercanos al Imán Ruhollah Jomeini en los años 70 y 80, que han ocupado desde entonces los puestos más relevantes en la República Islámica. Los más conocidos son el Ayatolá Seyyed Ali Jamenei (Líder Supremo de la Revolución desde la muerte del Imán Jomeini en 1989), el Ayatolá Ali Akbar Hashemi Rafsanjani (varias veces Presidente de la República), el Ayatolá Ahmad Jannati (Presidente del Consejo de los Guardianes desde 1980) o el Ayatolá Mohammad Yazdi (recién nombrado presidente de la Asamblea de Expertos).

Las élites iraníes formadas al abrigo de estos patriarcas se estructuran en una serie defacciones político-religiosas, porosas, que coexisten y compiten por alcanzar el poder en las instituciones electivas de la autocracia competitiva iraní. Los comicios constituyen, según el profesor Luciano Zaccara, un medio de reclutamiento y de comprobación de la voluntad del pueblo, a pesar de las limitaciones impuestas por la Constitución, el Consejo de los Guardianes y las leyes electorales.

La firma del acuerdo interino de 2013 entre el Grupo de 5+1 y el Irán del centrista Rouhani, que acababa de aterrizar en la Presidencia gracias a una coalición de conservadores moderados y reformistas, convierte la cuestión nuclear en un eje de confrontación política, un arma arrojadiza entre las facciones moderada y reformista que ganaron entonces y la ultraconservadora que se fue a la oposición. En un año preelectoral como 2015 la cuestión nuclear adquiere especial trascendencia. Ahora bien, no todo vale en esta lucha partidista.

El sistema político surgido de la Revolución Islámica de 1979 erige una serie de líneas rojas que no deben cruzar los líderes que precien su futuro político. Farideh Farhi, profesora iraní de la Universidad de Hawaii (impartió clases en la Universidad de Teherán), menciona las siguientes: el rechazo al orden anterior a 1979; la insistencia en la soberanía y honor nacional; y el rechazo de las injerencias extranjeras en los asuntos internos. En la memoria colectiva iraní están muy presentes el apoyo de la CIA al golpe de estado de 1953 contra el gobierno democrático de Mohammad Mosaddeq, o las perdidas territoriales a favor de la Rusia Zarista y los privilegios comerciales concedidos al Imperio Británico en el s. XIX.

Los ultraconservadores utilizan estas fobias para acusar a los reformistas y a los moderados de traidores a los principios de la Revolución Islámica de 1979.

Además, la opinión pública iraní no aprobará cualquier acuerdo con las grandes potencias. Según un estudio conjunto de fecha reciente de una universidad iraní y un prestigioso think-tank de EEUU, el programa nuclear goza de un apoyo casi unánime (94%) entre la población iraní y un 70% piensa que es exclusivamente pacífico.

El 22% de los iraníes opinan que el programa nuclear también obedece a la construcción de una bomba atómica y, a pesar de las “fatwas” del Imán Jomeini y del Ayatolá Ali Jamenei en las que prohíben las armas nucleares, un 13% considera éstas compatibles con el Islam.Estudios anteriores señalaron que un 25% de los iraníes respaldaban las armas nucleares.

Los iraníes apoyan mayoritariamente un acuerdo nuclear pero no a cualquier precio. Estas dispuestos a proporcionar garantías suficientes al Grupo de 5+1 del compromiso iraní de no producir armas nucleares, incluyendo un régimen riguroso de inspecciones de la OIEA y una limitación del nivel de enriquecimiento de uranio del 5% en 235U. Sin embargo, una mayoría amplia (el 70%) rechaza el desmantelamiento de la mitad de las centrifugadoras o las restricciones a las actividades de investigación en el campo nuclear.

En definitiva, el nacionalismo iraní y la opinión pública contribuyen a la firmeza iraní en la negociación nuclear, especialmente en algunos elementos del programa nuclear como el número de centrifugadoras.

Las reformas económicas, otro caballo de batalla

El desplome del precio del petróleo, que representa ¾ partes de las exportaciones iraníes, amenaza con afear los éxitos de la agenda reformista del presidente Rouhani que ha logrado controlar la inflación, aumentar en un 50% la recaudación de impuestos directos y reiniciar la senda del crecimiento económico (1,4% en 2014 según el FMI). El gobierno reconoce sus crecientes problemas de liquidez para pagar a los empleados públicos y los más conservadores critican el fracaso de la política económica del presidente.
De hecho, el Gobierno iraní se ha visto obligado a rebajar en un 25% los ingresos procedentes del petróleo para el ejercicio presupuestario 2015-2016 que se inicia el 21 de marzo con el fin de acercar la estimación presupuestaria de hace unos meses ($72 por bdp) a la realidad actual ($40 por bdp).

El gobierno pretende ahora compensar esa reducción de ingresos con una medida muy osada que afectaría al núcleo del poder de los más conservadores: la eliminación de la exención fiscal para las empresas y conglomerados controlados por el Líder Supremo (por ejemplo, el holding Setad), la Guardia Revolucionaria y las “bonyads” o fundaciones religiosas. Sus empresas y conglomerados representan en torno a un tercio de la economía iraní. Los presidentes Rafsanjani y Jatami intentaron sin éxito ampliar la base fiscal. El presidente Rouhani ha recabado el apoyo del Parlamento pero la ley requiere el visto bueno del Consejo de los Guardianes, una institución muy cercana al Líder Supremo.

La sucesión de Ali Jamenei

El control de la Asamblea de Expertos se transforma en una cuestión estratégica para las facciones una vez que se da por descontado que se acerca el momento en que esta institución deba designar de nuevo al primer magistrado de la República[i].

No en balde el Líder Supremo de la Revolución concentra tanto poder en sus manos que excede las prerrogativas concedidas al Shah en la Constitución de 1908. Es el Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, nombra a los jefes del poder judicial y de la Radiotelevisión iraní, adopta las decisiones más cruciales de la República, y veta las decisiones o los candidatos que no le agradan para las instituciones representativas a través del control que ejerce del Consejo de los Guardianes.

La pugna por la sucesión ha comenzado esta semana y los ultraconservadores han ganado la primera escaramuza al colocar a uno de los suyos en el puesto de presidente de la Asamblea de Expertos. En la sesión anual de la Asamblea de Expertos del 10 de marzo los clérigos han elegido al Ayatolá Mohammad Yazdi, uno de los patriarcas, miembro del selecto club del Consejo de los Guardianes y anterior jefe del poder judicial. El gran derrotado ha sido el Ayatolá Hashemi Rafsanjani.

Pero el hito capital será la elección el 26 de febrero de 2016 de los 86 clérigos por un mandato de ocho años. En sus manos residirá la designación del “rahbar e-enqelab”, cargo para el que suenan varios candidatos.

El Gran Ayatolá Sayyed Mahmoud Hashemi Shahroudi (66) se encuentra en todas las quinielas. Nacido en Najaf (Irak) donde muchos grupos chiitas le consideran un “marja” (fuente de emulación), una alta distinción religiosa a la que acompaña una fuente de financiación generosa. Fue jefe del poder judicial en Irán. No pertenece al ala dura de los conservadores pero tampoco se le considera cercano a los reformistas Sus excelentes contactos en Irak, en particular, en el partido de Nuri al-Maliki y el actual primer ministro Haider al-Abadi, añaden un plus muy interesante para un tiempo en que Irán extiende su influencia en el vecino Irak.

Otro de los candidatos es el Ayatolá Hashemi Rafsanjani (80), uno de los patriarcas más ricos y poderosos de Irán que lo ha sido todo en la República Islámica, excepto Líder Supremo. Su estrella ha dejado de brillar en los últimos años en los que se ha distanciado del Ayatolá Ali Jamenei y acercado al movimiento reformista.

Otros candidatos que están en las quinielas son el Hojatoleslam Hossein Jamenei (45), hijo de Ali Jamenei, hombre fuerte de la Oficina del Líder Supremo y con buenos contactos en los Pasdarán; Hasan Jomeini (42), nieto del Imán Jomeini, vinculado al movimiento verde de protesta de 2009; el Ayatolá Mohammad-Taqi Mesbah-Yazdi (80), líder de la facción ultraconservadora, mentor y principal apoyo del presidente Ahmadinejad; y Sadeq Larijani (54), jefe del poder judicial, cercano a los Pasdarán y hermano del presidente del “Majlis”, Ali Larijani.

El control del Parlamento

El control del Parlamento se revela necesario para adoptar las reformas económicas y políticas que necesita el país como ha comprobado el presidente Rouhani. Hace unos meses su gobierno perdió al Ministro de Ciencia, Investigación y Tecnología, objeto de la censura parlamentaria, y tuvo que presentar hasta cinco candidatos antes de obtener la confirmación de la cámara.

El “Majlis” se encuentra dominado por los conservadores agrupados en dos facciones: la facción “principalista” de orientación ultraconservadora y la facción moderada de los Seguidores del Líder (“Rahrovan-e Velayat”). Los reformistas, que boicotearon las elecciones de 2012, apenas cuentan con 25 de los 290 diputados.

Los “Seguidores del Líder” constituyen la facción mayoritaria con 170 diputados bajo la dirección Ali Larijani, presidente de la cámara y próximo al Líder Supremo. Apoyan las iniciativas económicas y diplomáticas del gobierno, incluyendo la negociación nuclear en la que siguen fielmente las consignas del Ayatolá Ali Jamenei que ha ordenado a los suyos dejar trabajar al ministro de asuntos exteriores Mohammad Javad Zarif. Esta facción suele fracturarse respecto a las iniciativas culturales y sociales del Gobierno, asuntos en los que muchos diputados votan con los “principalistas” y hostigan a los ministros de Rouhani.


Los “principalistas” alcanzan los 100 diputados, se oponen a las políticas del presidente Rouhani,y cuentan entre sus filas con el ultraconservador Ayatolá Mesbah-Yazdi. Esta facción, que reúne a muchos seguidores del presidente Ahmadinejad, acusa al gobierno de comprometer el interés nacional con sus cesiones en la negociación nuclear e incita a la violencia contra los reformistas. Su impacto mediático a través de los medios de comunicación afines, muchos bajo el control de la Guardia Revolucionaria, no guarda relación con su apoyos parlamentarios o populares.

Las facciones han empezado a mover ficha una vez que se han fijado las elecciones para el 26 de febrero de 2016. Ali Larijani ya ha anunciado su intención de convertir la facción “Seguidores del Líder” en un partido político para concurrir a las elecciones legislativas con el propósito de unir a los conservadores moderados y distanciarse de los “principalistas”.

Veinte partidos reformistas se reunieron en enero, por primera vez desde las revueltas de 2009, para coordinarse y preparar su vuelta al Parlamento. Uno de sus líderes, Mohammad Reza Jatami, ha sugerido una alianza entre conservadores moderados y reformistas para repetir el éxito de Hassan Rouhani en 2013. Farideh Farhi piensa que los reformistas intentarán reducir la presencia de los ultraconservadores en un Parlamento nuevo definido por un equilibrio de poder entre conservadores, centristas o conservadores moderados y los reformistas.

Los “principalistas” intentarán, por su parte, frustrar esa coalición para lo que tendrían que pactar un bloque conservador con los moderados de Ali Larijani. Es dudoso que lo consigan a la vista de sus divisiones internas y del rechazo que sus posturas intransigentes suscitan entre los moderados.


El impacto de la negociación nuclear en la contienda política

La marcha de la negociación nuclear entrará de lleno en la preparación de la campaña preelectoral, en la suerte de coaliciones que se formen en las vísperas de las elecciones y en el voto popular.

Un acuerdo político supondría un espaldarazo para las expectativas de una coalición de moderados y reformistas y para las ambiciones políticas de Rouhani. Éste ha fiado una parte de su capital político al acuerdo con las grandes potencias. Es posible que no ponga toda la carne en el asador debido a la experiencia personal frustrada de las negociaciones de 2003-5. Además, la decisión final corresponde a Jamenei.

El jefe negociador iraní, el ministro Javad Zarif, intenta capitalizar en la negociación esta derivada de política interna y presiona a los americanos con el carácter instrumental del acuerdo nuclear para mantener vivas las fuerzas moderadas que asumieron el poder en 2013.

Los más conservadores temen el rédito electoral que sacarían Rouhani y los reformistas. No solamente eso. Les horroriza pensar en el acuerdo nuclear como una coartada para el cambio político. Sin duda, el acuerdo acelerará la apertura social y económica que se palpa en la calle e impulsará un proceso de reformas políticas que pondría en un brete el dominio conservador de la República.

No conviene exagerar el impacto del acuerdo nuclear. Ali Jamenei y los conservadores seguirán controlando los engranajes del poder duro y blando para defender sus intereses a través de la Guardia Revolucionaria y del Consejo de los Guardianes. Y el próximo Líder Supremo seguramente será también un conservador.

La Guardia Revolucionaria o Pasdarán se ha convertido en algo más que la guardia pretoriana del Ayatolá Ali Jamenei con el que mantienen una relación simbiótica. Son la espina dorsal del régimen con un poder enorme: coercitivo a través de la fuerza militar, retributivo a través de empresas que representan hasta el 10% de la economía iraní, y persuasivo mediante el control de numerosos medios de comunicación

El Consejo de los Guardianes, por su parte, puede vetar los candidatos moderados y reformistas al Parlamento y a la Asamblea de Expertos. Su presidente, el Ayatolá Ahmad Jannati, un patriarca en el cargo desde 1980, ya ha anunciado que no permitirá a los reformistas, a los que tacha de traidores, hacerse con el control de la Asamblea de Expertos o del “Majlis”.


Bombas nucleares, acuerdo o statu quo

Sin perjuicio de la trascendencia de los intereses partidistas para la negociación nuclear, la decisión final sobre el dossier nuclear recaerá en el Líder Supremo, el Ayatolá Ali Jamenei, referencia ideológica de los conservadores. No obstante, Ali Jamenei sopesará todas las variables de la ecuación nuclear incluyendo la derivada económica, su impacto electoral en sus grupos de apoyo, la opinión pública, las preferencias de los patriarcas y de las élites y sus inclinaciones personales.

Ali Jamenei tiene tres alternativas a corto y medio plazo: la bomba, el acuerdo o el statu quo. Analizará los costes y beneficios de cada alternativa para el país y para su supervivencia política y la de sus grupos de apoyo (la Guardia Revolucionaria y los conservadores). Allí donde el interés nacional no coincida con sus intereses políticos, prevalecerán estos últimos.

La Guardia Revolucionaria contará mucho en su decisión. Los Pasdarán tienen mucho que perder, por ser el actor que más poder político, militar y económico ha acumulado en las últimas décadas gracias a la generosidad de Ali Jamenei. No obstante, no es una organización monolítica y muchos de sus comandantes verían con buenos ojos un acuerdo con Estados Unidos. El acuerdo crearía muchas oportunidades de negocio que no dejan de ser atractivas para una organización con intereses económicos tan vastos.

Dos poderosas razones sugieren la alternativa más radical: el desarrollo de la bomba nuclear. Por un lado, la adquisición de un seguro de vida para él y para el régimen. Otros autócratas como Saddam Husseim o Muammar al-Gadaffi, que no tenían armas nucleares, sufrieron un destino aciago a manos de EEUU. Por el contrario, el botón nuclear ha garantizado hasta ahora cierta impunidad al líder Norcoreano Kim Jong-Un. Este doble rasero es un aviso para navegantes.

Por otro, las grandes potencias disponen de armas nucleares y Teherán se cree una de ellas con un arco de influencia chiita que va desde el Líbano a Yemen. El paraguas nuclear concederá a Teherán impunidad en su política expansionista en Oriente Medio, al igual que hace con Pakistán en la guerra soterrada que libra contra la India a través de organizaciones yihadistas.

No obstante, esta alternativa es poco factible y muy arriesgada. Irán no podría utilizar las instalaciones declaradas que visitan asiduamente los inspectores de la OIEA/ONU para verificar que no faltan los stocks nucleares inventariados. Por tanto, necesitaría recurrir a instalaciones no declaradas, montarlas ex novo o comprar aquello que necesite en el mercado negro (o una solución híbrida: compra y programa encubierto). Si fuese detectado correría muy probablemente la suerte de Irak en 1981 o Siria en 2007, un bombardeo de sus instalaciones a manos de Israel o EEUU.

Tampoco parece una decisión lógica. Los iraníes disponen desde 2008 del “know-how” necesario para construir centrifugadoras capaces de producir uranio altamente enriquecido para desarrollar armas nucleares. No obstante, el Ayatolá Ali Jamenei no ha decidido hacerlo hasta ahora. Seguramente, debe haber resuelto quelos costes sobrepasan ampliamente los beneficios.

Tampoco sería sencillo para Ali Jamenei desdecirse de su “fatwa” (y la del Imán Jomeini)en contra de las armas nucleares y arrastrar al país por esa senda, a pesar de su inmenso poder para modelar la opinión pública iraní. El 70% de los iraníes creen que la bomba nuclear es incompatible con el Islam y el 85% respaldan una zona libre de armas nucleares para Oriente Medio.

El acuerdo nuclear también tiene sus pros y sus contras. Su firma supondría elreconocimiento diplomáticodel régimen que Ali Jamenei dirige desde 1989 por parte de su otrora enemigo, los EEUU, y el resto de la comunidad internacional.

Con el levantamiento de las sanciones internacionales el país doblaría sus exportaciones de petróleo, explotaría sus ingentes recursos energéticos (cuarto país del mundo en reservas probadas de petróleo con 157.000 millones de barriles y el segundo en reservas probadas de gas) y la economía crecería a unas tasas mínimas del 5%. La prosperidad económica y la vuelta del bienestar social alejarían el fantasma del movimiento verde de 2009 que todavía aterroriza a la cúpula dirigente.

A la Guardia Revolucionaria y a los más duros les diría que el acuerdo allanará el camino al liderazgo regional.Irán ocupará sin mayor oposición norteamericana el vacío de poder que dejan sus competidores. La Primavera árabe ha debilitado a los países árabes (Egipto, Libia, Siria o Irak), muy ensimismados en sus problemas internos. Y los EEUU valoran menos el petróleo del Golfo Pérsico merced a la autosuficiencia energética y desplazan el centro de gravedad de su acción exterior a Asia y China. Al enemigo que huye puente de plata. Washington aceleraría la retirada de tropas de la región con el permiso de ISIS e Irán cantaría victoria.

Este escenario encierra, sin embargo, dos dificultades serias para Ali Jamenei. De un lado,EEUU y Occidente interpretarían el acuerdo como un síntoma de debilidad y reanudarían sus políticas de cambio de régimen en Irán. No importa que Washington haya enviado un mensaje opuesto con su política de compromiso y renuncia de cambio de régimen en Cuba.

De otro, el acuerdo nuclear es un factor catalizador de transformaciones de peso para el país y a Ali Jamenei le preocupa que los cambios se salgan de control, justamente cuando pierde su grito de guerra y elemento central de su identidad ideológica: el Gran Satán, el enemigo histórico. Identifica la apertura de Irán al mundo y el fin del aislamiento con la experiencia fallida de la “Perestroika” y la caída de Mijaíl Gorbachov en 1991. Los ganadores del acuerdo, los moderados y los reformistas, se crecerían, ganarían más poder institucional y emprenderían reformas políticas para arañar prerrogativas al Líder Supremo. Ya lo intentó sin éxito otro reformista, el presidente Jatami, con sus ideas de la soberanía dual.

A la vista de las dificultades que comportan cada una de estas alternativas parece tentador no hacer nada y esperar que el Grupo de 5+1 le obsequie con el mejor regalo para su 76 cumpleaños el 15 de julio: una prórroga sine die del acuerdo interino de 2013. Esta alternativa le ahorraría, en primer lugar, una decisión peliaguda.

Irán no va tan mal. el país despliega sus tentáculos por Irak y el resto de Oriente Medio, el petróleo repunta desde enero, el FMI pronostica la vuelta del crecimiento económico a pesar de las sanciones, y los iraníes prefieren el cambio tranquilo y dentro de las institucionesa la inseguridad e inestabilidad asociadas a la Primavera árabe (Siria, Libia o Yemen). Irán es una balsa de aceite rodeada de caos.

El problema de esta alternativa es su coste de oportunidad para el bienestar del país: su normalización e integración en el concierto de naciones y la prosperidad económica merced a sus ingentes recursos energéticos y una fuerza laboral muy bien formada.

En conclusión, la negociación nuclear se encuentra condicionada por algo más que los ultraconservadores, muy ruidosos pero sin mayoría en la política iraní. Los términos del acuerdo y sus derivadas constituyen la cuestión clave en un país orgulloso, nacionalista e intransigente con cualquier atisbo de injerencia externa. La opinión pública apoyará un compromiso histórico del régimen pero no a cambio de destruir la mayoría de sus centrifugadoras o renunciar a los avances tecnológicos.

Rouhani y las facciones político-religiosas, sujetos a esas líneas rojas y conscientes que la decisión nuclear corresponde a Ali Jamenei, han encendido las luces largas y modulan sus posturas en la negociación nuclear con el fin de rendir bien en el reparto de poder institucional que se avecina en los próximos meses y años.

En la autocracia competitiva iraní el Ayatolá Ali Jamenei tendrá la última palabra en un asunto lleno de aristas en el que la alternativa menos mala para sus intereses sería justamente no hacer nada.

José Luis Masegosa Carrillo es Consejero adjunto de relaciones internacionales del Instituto Internacional de Ciencias Políticas y autor del Blog “La mirada a Oriente”.



[i] Efectivamente la Asamblea de Expertos despierta de su letargo en los momentos críticos de la vida política del país. Cuando el 3 de junio de 1989 murió el Imán Ruhollah Jomeini, esta institución jugó un papel capital para convertir al Hojatoleslam Ali Jamenei, que tenía el beneplácito de Jomeini, en su sucesor. Ali Jamenei no era faqih o jurisconsulto islámico con autoridad para promulgar edictos y los Expertos, en un acto político, le concedieron el título de Ayatolá.

La cuestión no es baladí. Una mayoría del clero iraní duda de las credenciales teológicas de Ali Jamenei para ejercer autoridad religiosa. Él no ha sido ajeno a ese cuestionamiento y ha recurrido a la Guardia Revolucionaria para reforzar su liderazgo y consolidarse en la primera magistratura de la República.
defensa.com

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